No hay mejor persona ni más santa que el fallecido. Así haya pasado por la vida arrasando con todo. Es lo que tiene ese episodio catártico en el que el ser humano, entre la hipocresía y la piedad, rescata y elogia en la despedida definitiva un montaje con los momentos más entrañables del fiambre. El Real Zaragoza estuvo 88 minutos en coma después de protagonizar junto al Albacete un partido insano, con el balón de por medio como herramienta ultrajada. Pero a falta de dos minutos para que el encuentro fuera depositado en el crematorio de la memoria de este deporte, una tan maravillosa como imprevista triangulación del equipo de Rubén Baraja la convirtió Narváez en el primer triunfo de la temporada. Fue como hallar una orquídea en el barrizal. ¿Habrá más en el futuro? ¿Conseguirá el entrenador alambrar así un jardín minúsculo pero de esencia ganadora? ¿Lo importante es el resultado? ¿Sigue Elvis entre nosotros?

Quedarse en los tres puntos es tan tentador como falsa justificación del todo vale. Florecerán, sin dudas, las teorías que aboguen por el pragmatismo, y se dirá que cada vez es más reconocible un estilo apropiado para la categoría y para la plantilla que se ha diseñado. Desde luego no será por lo que ocurrió contra el conjunto de Lucas Alcaraz, que en su humildad tuvo más ocasiones y por momentos, muy pocos, un plan. Las imprecisiones, las pérdidas, la ausencia de criterio y de jerarquía resultaron bochornosas. En parte porque, fruto del escaso rodaje, el equipo es una Torre de Babel. También, y esto puede ser preocupante, porque quizás no exista un idioma común para comunicarse, esa lengua cuya raíces profundizan en la calidad colectiva y en la necesaria aportación del individuo como generador de alguna fantasía. Habrá mucho por descubrir, pero el hallazgo en estas tres primeras jornadas es el de un equipo en mitad del túnel, con los ojos vendados y la música de fondo de un tren que se desconoce si viene a recogerle o a arrollarle.

La victoria llegó por un golpe de inspiración muy elaborado. Se debe rescatar ese instante de lucidez, si bien daría dentera que se utilizara más allá del beneficio puntual. Para competir con autoridad y no a merced de los vientos, el Real Zaragoza (con una defensa que no encaja pero cuya fiabilidad está por calibrar) necesita un centro del campo con liderazgo físico y creativo, y una delantera de goles importantes. Hasta que lo logre, será un vagabundo que hoy come caliente y mañana no tiene qué llevarse a la boca. Esa no es forma de vivir, ni de jugar. Salvo que queramos beatificarlo en nuestra infinita bondad, con idéntica piedad con la que se encajan casi sin rechistar ocho ejercicios consecutivos en Segunda división.