Esa polarización que se ha adueñado de España en muchas esferas de la vida diaria, que ha convertido incluso las certezas en incertezas y que todo pone en duda salvo lo propio, vive también instalada desde hace tiempos alrededor del Real Zaragoza, aunque en un tono muchísimo más jovial y dentro de la más absoluta trivialidad.

Ha existido casi siempre. En lo más reciente, la hubo en los años precedentes y ya se había puesto de manifiesto en las tres primeras jornadas, las previas a la derrota contra el Málaga, la primera de la temporada. El plan de Baraja, que tiene a su favor el pleno convencimiento del entrenador en la idea que pregona, había provocado un efecto globo y, claro, su antagónico efecto bluf. La realidad obliga a resituar el momento y a conducirlo a un espacio de moderación y serenidad, lejos de la polarización.

El equipo está todavía en una fase muy embrionaria de construcción con muchas piezas nuevas y cuyo verdadero valor aún está por demostrar y pendiente de justa ubicación. En estas cuatro jornadas, el Zaragoza ha tenido virtudes manifiestas (una de ellas, Chavarría, no jugó de inicio) y también problemas palpables, especialmente en fase ofensiva, con una puntuación magnífica y por encima del nivel exhibido en los campos. La derrota contra el Málaga, en la que regresó la fragilidad en defensa, la madre de todas las razones este año, deja una conclusión rotunda: para evolucionar el Zaragoza ha de ser semanalmente autocrítico, nada complaciente, reequilibrarse, atacar más, producir más ocasiones y, fundamentalmente, jugar mejor. No solo a la desesperada. Perfeccionar el modelo, pero tener un contraplan, que será necesario.