Cuando un equipo no es capaz de marcar un solo tanto en 270 minutos tiene un serio problema. Cuando el mal, además, se viene sucediendo en el tiempo desde hace meses, la cosa se agrava. Si sus delanteros no son capaces ni siquiera de tirar a puerta, el asunto empeora aún más y si esa desesperante incapacidad ofensiva se combina con impactantes errores defensivos, la victoria es imposible y la derrota emerge como algo más que una opción. El Zaragoza no fue peor que el Cartagena. Incluso, mereció ganar porque propuso, generó y disparó más que su oponente, pero los aragoneses acumularon fallos por delante y por detrás y el rival se llevó un triunfo regalado que ni siquiera buscó. 

El severo varapalo viene a advertir al Zaragoza de que, sin gol, el único camino es a la perdición. Ni uno solo en casi 300 minutos y un punto de seis posibles en La Romareda ante dos rivales destinados, en principio, a pelear a muerte por la salvación. El calvario continúa para un equipo aragonés ya en descenso y envuelto en dudas e inseguridad.

JIM solo hizo los cambios imperiosos. Incluido el del portero merced a la recuperación de Cristian, indiscutible bajo palos. Las otras tres modificaciones de obligado cumplimiento concedieron la titularidad, por primera vez en la temporada, a Lluís López, Zapater y Álvaro en lugar de los internacionales sub-21 Francés, Francho y Azón. El resto, los de siempre. También Bermejo, al que el técnico otorgó otra oportunidad.

El Zaragoza comenzó mejor. Más intenso que un Cartagena desorientado, el equipo aragonés se inclinó pronto hacia la derecha para recurrir a Fran Gámez, incombustible hasta que no pudo más. Desde ese costado y la bota derecha de Eguaras llegaron la inmensa mayoría de las acometidas de un Zaragoza que volvía a tener en Narváez a su principal amenaza. Una dejada inacabada de cabeza y, sobre todo, un testarazo pegado al palo del colombiano acercaron al equipo aragonés a un gol que Marc evitó en ambas ocasiones.

Mediado el primer periodo, la escuadra de JIM ya se había adueñado del choque aunque, otra vez, la escasa sensación de peligro venía asociada con transiciones rápidas como la que dejó a Bermejo perfilado para disparar al segundo palo, pero el madrileño apenas dio potencia a un remate que acabó manso en las manos de Marc.

Tras una falta directa que el meta visitante negó a Zapater, el Cartagena despertó. Lo hizo agarrado a la bota izquierda de Gallar, que a punto estuvo de superar a Cristian tras la habitual pérdida peligrosa de Eguaras. El rechace del argentino fue a parar a Clavería, que, a trompicones, no acertó a embocar. Otro ensayo desviado de Gallar y uno demasiado centrado de Eguaras volvieron a equilibrar una contienda marcada por la acuciante ausencia de veneno.

Poco cambió tras el descanso. Jair enviaba pegado al poste un cabezazo franco a centro de Narváez, que poco después mandó fuera un servicio de Gámez tras apertura colosal de Eguaras. Hacía tiempo que el Zaragoza se había hecho acreedor al triunfo, pero su evidente falta de eficacia arriba le condenaba. 

Pero lo peor estaba por llegar. Una falta colgada desde cerca del centro del campo sumía en el desorden a una defensa local hecha un manojo de nervios a la que la falta de seguridad de Cristian en los balones aéreos no ayuda nada. El argentino, tan bueno bajo palos como dubitativo por arriba, siempre debió atacar un balón tan lejano en lugar de dar un par de pasos atrás. Esa autoridad y ese metro y medio de menos dejó a la zaga sin la ayuda que pedía a gritos antes de que el balón tocara en Gámez y se colara manso en la red. 

El tanto, tan evitable como injusto, metió la prisa en el cuerpo a un Zaragoza que gozó de otra inmejorable ocasión para marcar. Narváez cabeceó con malas intenciones un centro desde la izquierda pero se topó con los guantes de Marc, cuyo rechace no supo empujar a la red Borja, que acababa de ingresar en el campo junto a un revolucionado Nano Mesa. 

Pero ahí se acabó un Zaragoza desquiciado por las pérdidas de tiempo del rival y al que las prisas y los nervios le sumieron en la imprecisión y el desorden, incapaz de marcar un gol al arcoiris y que solo tiene veneno para hacerse daño a sí mismo.