Fue uno de aquellos fichajes al más puro estilo de Lalo Arantegui, sello del destronado director deportivo en su etapa en el club. Un jugador joven, 22 años, con importantes posibilidades de crecer, contratado del Gil Vicente portugués previo pago de un traspaso menor, desconocido para el gran público y por el que el Real Zaragoza apostó a largo plazo con el objetivo de disfrutarlo y revalorizarlo firmándole cuatro temporadas.

En su primera campaña, James Igbekeme se destapó como un centrocampista moderno, pequeño (1,70 metros) pero con un centro de gravedad bajo que le permitía llevar la pelota bien cosida al pie izquierdo, romper líneas con las conducciones y provocar desequilibrios y desajustes en las defensas contrarias, un tesoro en un fútbol preso del orden exagerado. Un interior fantástico que multiplicó su valor por más de 20 veces en una sola campaña, la 18-19. El Granada llegó a ofrecer cuatro millones de euros por la mitad de su pase en el verano de 2019. El Zaragoza rechazó la propuesta.

Aquella temporada disputó 30 partidos como titular y, desde entonces, cuando su presente y su futuro se intuían magníficos, su fútbol ha descrito una permanente cuesta abajo, plasmada numéricamente en una paulatina pérdida de importancia (en la 19-20 fue titular en 20 encuentros, la pasada solo en diez) producto de su caída de nivel y de numerosas lesiones. Su reloj futbolístico se detuvo.

Este verano, la idea original del Real Zaragoza fue buscar una salida para James. Sin embargo, la primera fase de la pretemporada cambió el planteamiento del cuerpo técnico por los buenos entrenamientos del nigeriano. Juan Ignacio Martínez le dio espacio en el once inicial en las tres primeras jornadas, contra el Ibiza, en Valladolid y ante el Cartagena. En Alcorcón perdió el sitio. Puede que el último tren para quien entró en La Romareda como una auténtica locomotora.