La decadente popularidad de Miguel Torrecilla

Desde el verano de 2014, momento en el que se produjo el cambio de propiedad en el Real Zaragoza y comenzó esta nueva etapa en la que la Sociedad Anónima todavía se encuentra inmersa, el director deportivo ha sido un puesto de elevado riesgo y alta volatilidad. Ángel Martín González, la primera apuesta de la Fundación 2032, duró en el cargo año y medio. Su sucesor, Narcís Juliá, aguantó 14 meses. Le cedió el testigo a Lalo Arantegui, sobre cuyo nombre se construyó el periodo de más estabilidad en el área hasta la fecha, cerca de cuatro años, poco tiempo en verdad pero una eternidad en este Zaragoza que ha quitado y ha puesto ejecutivos a toda velocidad, con la guillotina siempre preparada. A Arantegui le llegó su hora en un momento de crisis profunda que le costó la cabeza. Desde su salida ostenta el cargo Miguel Torrecilla, con cerca de 14 meses de trabajo a sus espaldas.

La sucesión de Lalo Arantegui era compleja, en tanto en cuenta su figura aglutinó una amplia masa de admiradores, al final casi tan amplia como la de detractores, un intenso y permanente debate sobre sus méritos y confrontaciones de alto coste. Como sucedió con Martín González, actor más olvidado pero que en un verano brillante construyó una plantilla que se quedó a unos minutos del ascenso en la campaña 14-15, el Real Zaragoza intuyó dos veces la Primera División bajo el mando de Arantegui, con proyectos sólidos y construidos con imaginación y sentido común, aunque finalmente siempre infructuosos. En su etapa pasaron por el equipo muchos jugadores que se han perdido en la intrascendencia, pero a su vez tuvo aciertos sonoros (Borja Iglesias, Luis Suárez, Javi Puado o Cristian Álvarez, por ejemplo) y su plan tenía una dirección y coherencia. Al final falló estrepitosamente en su último verano. Los errores por acumulación y la crispación alrededor del club tuvieron como resultado su despido. Fue otra de esas clásicas víctimas intermedias que se cobra el fútbol en ese tipo de situaciones para suavizar la presión sobre más altas esferas.

En el tiempo que lleva como cabeza visible de la dirección deportiva del Real Zaragoza, Miguel Torrecilla no ha alcanzado nunca el grado de aceptación de su predecesor y su popularidad, nunca excesiva, ha sufrido en los últimos tiempos una notable devaluación. Su lista de méritos la encabeza, sin duda, la contratación de Juan Ignacio Martínez, el entrenador que obró el milagro de la salvación la temporada pasada y cuyo hechizo se ha volatilizado por completo este año: tiene al equipo el 18º con la pésima cifra de 29 puntos en 25 jornadas. En el mercado de enero recién cerrado, Torrecilla ha ejecutado una revolución que se ha llevado por delante a Eguaras, un jugador icónico, a Ros, otro que tal a pesar de que desde su lesión había pasado a un lugar muy secundario o a regalar a Clemente a la Real Sociedad.

Torrecilla ha intentado enmendarse y sanear la estructura de una plantilla a la que cubrió de flores en verano y que se ha marchitado en solo media Liga. De aspirar a la pomada a, ahora mismo, pelear por la permanencia, aunque el ejecutivo no tira la toalla y todavía piensa en el playoff. Torrecilla ha fichado otro delantero más, Sabin Merino, el quinto en su currículum en solo 14 meses, porque ninguno de los anteriores le ha respondido con goles suficientes, ni Alegría en su día ni Álvaro ni Nano ni Borja. Incluso en la coyuntura actual, el director deportivo ha podido apostar por la propiedad tanto con Grau, como con Eugeni como con el exdelantero del Leganés, sobre el que ha depositado todas sus voluntades, firmándole hasta 2025 con una generosa cotización, algo inhabitual estos años en esa posición. Sobre el papel, son tres buenos jugadores que ayudarán. En un club de arenas tan movedizas, inmerso en un interminable y kafkiano proceso de venta y en una guerra accionarial permanente, el suelo social que pisa Torrecilla cada vez es más quebradizo.