El Periódico de Aragón

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La 37ª jornada de Segunda División

Un Real Zaragoza mediocre hasta el final. La contracrónica del Real Zaragoza-Burgos

Sanllehí fue testigo desde el palco de la vulgaridad que lleva años instalada en el equipo y en el club. El Zaragoza amenaza con convertir los cinco últimos partidos en un martirio

Sanllehí, en el palco junto al director deportivo Miguel Torrecilla.

La cara de Raúl Sanllehí, futuro director general del Real Zaragoza, era un poema. Allá abajo, el espectáculo fue dantesco. Un bochorno para los miles de aficionados que se dieron cita en La Romareda con la esperanza de que los suyos no se dejaran llevar por la intrascendencia y aportaran ese grado extra de esfuerzo para intentar compensar a su gente de tantas afrentas y desencantos. Lejos de eso, el Zaragoza fue más mediocre que nunca. Y eso que lleva más de una década instalado en la vulgaridad. Los últimos nueve años, abrasado en un infierno en el que ya es el segundo inquilino más veterano. 

Sanllehí se marchó consciente de la ingente tarea que tiene por delante. Dar la vuelta al Zaragoza

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El partido fue un bochorno. Un insoportable espectáculo entre dos equipos de media tabla que se repartieron un punto cada uno para salvar al recién ascendido y para mantener al ilustre en una tierra de nadie insulsa y desustanciada. Las matemáticas dicen que el Zaragoza ni está aún salvado ni descartado para el playoff. Pero la realidad es que ambas cosas están claras desde hace mucho y la emisión del certificado oficial es tan solo cuestión de tiempo. Ni se muere padre ni cenamos.

Sanllehí se marchó de La Romareda, en todo caso, con una sensación parecida a la que tuvo cuando entró al estadio. Tiene tanto trabajo por delante el nuevo gerente del club aragonés que lleva tiempo ya metido en faena. Arriba y abajo. En el campo y los despachos. Una tarea ingente destinada a darle la vuelta al Real Zaragoza como a un calcetín. Y acabar, de una vez, con tanta mediocridad.

La pomada

La presencia del catalán justo al lado de Torrecilla, todavía director deportivo de la entidad, simboliza el contraste entre un presente envuelto en pasado y un futuro que, por fuerza, debe ser mejor. El Zaragoza actual está salvado, sí, pero ese nunca fue el objetivo o, al menos, así se pregonó a los cuatro vientos desde el club, donde la famosa pomada a la que tanto Torrecilla como JIM se han aferrado una y otra vez jamás estuvo abierta. De hecho, el equipo aragonés no ha estado entre los diez primeros de la tabla en toda la temporada. Y no tiene pinta de que lo vaya a hacer de aquí a un final que se antoja tan insoportable como viene siendo la que es una de las peores etapas en la historia de una entidad histórica.

Porque, sin nada en juego ya más allá de la honra, el dinero correspondiente a la posición en la clasificación y el futuro de alguno, las cinco últimas jornadas amenazan con ser eternas para un zaragocismo al que ya solo le ilusiona que esto acabe cuanto antes. Mal asunto con más de un mes por delante todavía de competición.

Sobre el terreno de juego, el Zaragoza y su entrenador ofrecieron la enésima muestra de su extrema dificultad para interpretar el fútbol ante una defensa de tres centrales. Extremos a pie cambiado, un solo delantero contra el mundo y casi nula profundidad para dejar el riesgo y la tumba abierta para otro día. Un sinsentido cuando ya no hay nada que proteger o guardar y cuando la principal obligación es dar la cara y una alegría a una afición escaldada. 

Así que lo mejor, se supone, es lo que está por venir. Aquí poco hay que ver ya más allá de los canteranos, los que siempre dan la cara y artífices esenciales de que el zaragocismo sueñe con tiempos mejores. Porque el presente, como el pasado reciente, ya es historia. Ahora, el Real Zaragoza mira hacia delante. Y ahí emergen Sanllehí, Mas y el resto para poner el punto final a una de las historias más tristes jamás contadas.

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