Cosas maravillosas

El 4 de noviembre del año 1922, Howard Carter encontró la tumba de Tutankamón

Howard Carter ante la tumba de Tutankamón, archivo
del New York Times

Howard Carter ante la tumba de Tutankamón, archivo del New York Times / SERGIO Martínez Gil HISTORIADOR Y CO-DIRECTOR DE HISTORIA DE ARAGÓN

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

Hoy se cumplen 201 años de la entrada por parte de Howard Carter a la tumba de Tutankamón, el último faraón de la dinastía XVIII del Antiguo Egipto y que reinó en el último tercio del siglo XIV a.C. Un descubrimiento que cambió muchas cosas en la arqueología y el conocimiento que se tenía de esta fabulosa civilización que tanto ha atraído y sigue atrayendo a la curiosidad de muchísima gente. Y es que lo cierto es que esta cultura ya ha atraía la atención incluso desde la misma Antigüedad, y no sólo en épocas recientes.

Esto nos lleva a la Antigua Roma, y es que los propios romanos sabían perfectamente que el Egipto de los faraones ya era tremendamente antiguo cuando Roma todavía ni existía ni se la esperaba. Para que nos hagamos una idea de la longevidad del Antiguo Egipto, la Gran Pirámide de Guiza se terminó de construir entorno al año 2600 a.C. Por otro lado, el primer iPhone fue presentado al mundo en el año 2007 de nuestra era. Pues aquí podemos ver que una faraona como Cleopatra VII (la de Julio César y Marco Antonio, sí), y que todos asociamos al Antiguo Egipto, está unos cinco siglos más cerca de la invención del primer iPhone que de la construcción de las pirámides.

Su historia es tan longeva que Egipto vivió etapas históricas muy diferentes, llegando a caer en ciertos momentos bajo el dominio del Imperio persa hasta la conquista de este por parte del macedonio Alejandro Magno en el siglo IV a.C. Tras la muerte de este, sería uno de sus generales, Ptlomeo, quien allí se instaló creando su propia dinastía y uno de los reinos helenísticos más poderosos del Oriente mediterráneo. Así fue hasta que entre la segunda mitad del siglo II y el siglo I a.C. Egipto acabó supeditado al pujante poder de Roma, siendo definitivamente conquistado en el año 30 a.C. por quien se convertiría en el primer emperador: César Augusto.

Egipto no sólo se convirtió en una provincia romana más y en el granero de Roma, sino que también su cultura comenzó a causar furor entre los romanos. Ahí están como ejemplo los diferentes obeliscos que fueron trasladados hasta la ciudad eterna y que todavía hoy podemos seguir viendo en la capital italiana. Pero ese gusto por lo egipcio no se quedó allí, y es que también podemos ver junto a la Porta San Paolo una auténtica pirámide mandada construir por un patricio de época de Augusto, Cayo Cestio Epulón. Este hombre desarrolló una gran pasión por la cultura egipcia hasta el punto de ordenar el ser enterrado en una pirámide que se hizo construir a las por entonces afueras de Roma y que hoy conocemos como la Pirámide Cestia.

La egiptomanía nunca desapareció, pero desde luego empezó a vivir su auge a partir de finales del siglo XVIII y sobre todo comienzos del XIX, cuando aventureros y aristócratas europeos empezaron a viajar por la zona en busca de tesoros que saquear pero que también brindaron un mejor conocimiento de esta civilización. Una de las carreras más famosas fue por ver quién conseguía descifrar los jeroglíficos, cosa que logró el francés Jean-François Champollion en 1822 gracias a la Piedra de Rosetta que había encontrado años atrás la expedición militar de Napoleón Bonaparte. Gracias a esa traducción, el mundo pudo empezar a conocer lo que decían esos hasta entonces misteriosos jeroglíficos y a conocer un poco mejor a esa fascinante civilización que había sido capaz de construir enormes y fascinantes obras de ingeniería.

Así, muchos aristócratas franceses y especialmente británicos aprovechando el protectorado que estableció Gran Bretaña sobre el sultanato de Egipto, comenzaron a financiar expediciones para estudiar pero también para encontrar objetos que luego adornarían sus colecciones particulares, como la que todavía se puede ver hoy en día en el Museo Soane, una casa aristocrática que perteneció a sir John Soane situada en el centro de Londres y en el que podemos ver diferentes obras de arte, pero también sarcófagos egipcios. Y así es como regresamos a ese 4 de noviembre de 1922, con George Edward Stanhope, más conocido como lord Carnarvon, quien financió al arqueólogo Howard Carter que gracias a su trabajo encontró algo fascinante. La tumba totalmente intacta de un faraón egipcio como fue Tuntankamón. Un lugar que había pasado desapercibido a los saqueadores de tumbas durante milenios y al que nadie había accedido desde el día en el que fue cerrado tras enterrar al faraón. Precisamente por eso, cuando Howard Carter abrió un pequeño agujero en el muro de la cámara principal y pudo ver lo que había en su interior, sólo pudo responder una cosa a lord Carnarvon a sus insistentes preguntas sobre si veía algo: “cosas maravillosas”.

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