En 1885 abrió por primera vez la joyería Aladrén, en la céntrica calle Alfonso de la capital aragonesa y no cerró sus puertas hasta 1997. Más tarde, se convirtió en el Gran Café Zaragoza y pronto se hizo un hueco en todas las guías turísticas gracias a su fachada, sus techos de madera a base de casetones y artesonados y su decoración recargada. Ahora necesita de una buena inversión para recuperar su esencia, la elegancia con la que abrió hace 136 años porque el paso de los años, la falta de mantenimiento y, sobre todo, algún que otro desaguisado realizado por su último inquilino han acabado por ensombrecer el interior del local. Por robarle su glamour y su lujo. 

El Gran Café Zaragoza ha perdido toda la luz que durante años desprendió. El arrendatario que hasta ayer tenía las llaves del local inició unas obras sin permiso del ayuntamiento, por lo que será sancionado, y, lo que es peor, ha dañado parte del patrimonio de este establecimiento inscrito como Bien Catalogado del Patrimonio Cultural Aragonés por el Gobierno de Aragón desde 2002, y que desde el 2006 el Plan General de Ordenación Urbana de Zaragoza (PGOU) lo cataloga como «local comercial A» en el que se incluyen como elementos a conservar la fachada, la marquesina, la decoración interior y las columnas de fundición. Unos hechos que ya están siendo investigados por un juzgado de Zaragoza tras el traslado de un informe de la Fiscalía.

Ni rastro de lo que fue

Cuando uno accede a la tienda, tal como ha hecho EL PERIÓDICO, lo primero que echa en falta es lo que un día fue el mostrador de la joyería, de madera y con dos columnas de fundición en ambos extremos, y que fue reconvertido en una exclusiva barra de bar que, a base de martillazos, ha sido retirado. Esos que escucharon los vecinos y por los que avisaron a la familia Baselga, propietaria del lugar, de que algo estaba sucediendo en su interior. Como así ha sido.

 Donde antes se mostraban joyas y después se servían cafés y copas, ahora solo queda el hueco vació que recuerda que un día estuvo ahí y unos tableros de madera barata de los que sobresale la mugre acumulada entre la que se diferencian los tapes y las chapas de las bebidas que fueron a parar al suelo copa tras copa.

El suelo de mármol también ha sido devorado por la suciedad. Ya no reluce, todo lo contrario, aunque sí que se divisa alguna que otra grieta. Las paredes de madera de la tienda y decoradas con telas bordadas también han sido pasto de los años y de los descuidos, y se aprecian arañazos en varios puntos.

La famosa sala Luis XVI

Lo que más dolor produce es el estado de la sala Luis XVI, donde ahora hay varios cubos de la basura y fregonas. Pintada en tonos crudos, siempre ha sido el espacio más lujoso del establecimiento por la abundante decoración neobarroca que cubre sus paredes y por el tratamiento casetonado del techo.

Poco queda de ese lujo. Las dos puertas pintadas en blanco y dorado y acristaladas con vidrieras emplomadas no pueden ni abrirse. Han desaparecido tres espejos estratégicamente colocados para generar una sensación de amplitud y los seis apliques que, años y años, han iluminado este pequeño salón de paredes en las que ahora llaman la atención los múltiples desperfectos.

En el antiguo despacho se aprecian daños en el aplacado decorativo de madera y en los dinteles interiores de los escaparates que carecen de la decoración de casetones.

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El estado de la antigua joyería Aladrén de Zaragoza

Los sótanos

En las escaleras para acceder a la planta de abajo solo queda el pegamento que un día sujetó la moqueta que las embellecía. Y en el sótano, por no quedar, no están ni los urinarios, solo un rollo de papel higiénico colgado en el pomo de una puerta.

Todo se lo ha llevado el último inquilino. Se ha llevado hasta la última de las bombillas las del bar que su hermano le traspasó hace un año, antes de que se decretase el estado de alarma. Nunca lo abrió, pero tampoco ha pagado el alquiler y, por el estado en el que se encuentra el establecimiento, tampoco lo ha mantenido en el estado que exige un lugar catalogado.

En realidad, desde la calle se puede comprobar la decadencia del establecimiento. Donde antes lucían los carteles con al nombre del bar ahora hay huecos vacíos, perfectos para que las palomas aniden. El farol que desde hace 150 años colgaba de la fachada se encuentra en una esquina del interior de la tienda donde también están los marcos de esta cartelería que solo su último arrendatario sabe dónde ha ido a parar.

 La Justicia decidirá

La familia Baselga, que ha tenido reiterados problemas con el último arrendatario, ha denunciado los hechos ante la Justicia. Acusan al inquilino de haber «robado» la barra del bar, los apliques y espejos de la sala Luis XVI y hasta de llevarse la moqueta.

El informe del servicio de Inspección Urbanística y Patrimonio es claro: se aprecian desperfectos en el antiguo despacho, en la sala Luis XVI y en la fachada. Cuando se emitió este documento, el 24 de mayo resultado de la inspección realizada seis días antes, todavía se encontraba en el local el mostrador de madera. Ayer ya no estaba.

Ahora la Justicia será la que decida después de que la Fiscalía haya dado traslado de los hechos a un juzgado zaragozano. Ahora solo queda confiar en que se recuperará la esencia de la joyería