ZARAGOZEANDO

Un islote neomudéjar en Independencia: el edificio de Correos, ¿por qué se diseño así?

La casa de Correos de Zaragoza es obra de Antonio Rubio y comenzó a construirse el 12 de octubre de 1921

El arquitecto optó por el neomudéjar por la exigencia de adaptarse al estilo de la comunidad 

Vidriera que permite la entrada de luz natural al vestíbulo del edificio de Correos.

Vidriera que permite la entrada de luz natural al vestíbulo del edificio de Correos. / LAURA TRIVES

Iván Trigo

Iván Trigo

En mitad del paseo Independencia de Zaragoza, a la altura del número 33, destaca un edificio neomudéjar que no se parece a nada de lo que hay en la ciudad y que al mismo tiempo se parece a muchas cosas de las que se pueden ver en la capital aragonesa. Es la sede central de Correos, inaugurada en 1926, hace casi un siglo. Pero lo más curioso de esta edificación no es su aspecto, sino el porqué del mismo.

Y es que llama la atención que, en plenos años 20, cuando el hierro y el vidrio eran los materiales de moda en la construcción –como se observa en el edificio de al lado, el de Telefónica–, se levantara un inmueble de tres plantas de ladrillo con elementos propios del mudéjar medieval. Pero todo tiene una explicación. Y todo formó parte de un plan concienzudamente elaborado a nivel nacional por el ingeniero y político Emilio Ortuño Berte, que en 1908 se convirtió en el director general de la compañía de Correos y Telégrafos.

Alba Finol conoce los secretos de este edificio a la perfección. Trabaja en Correos pero además estudió Historia del arte y ha investigado y estudiado mucho sobre este inmueble.

Fachada de la sede de Correos en Zaragoza, en el número 33 del paseo Independencia.

Fachada de la sede de Correos en Zaragoza, en el número 33 del paseo Independencia. / LAURA TRIVES

«La herencia más notable del paso de Emilio Ortuño por la administración fueron las mejoras y novedades introducidas en el servicio [...]. Decidió construir 55 nuevas casas de correos y telégrafos en todas las capitales de provincia», explica Finol en una de sus investigaciones.

Y una de esas 55 fue la de Zaragoza. En 1908 se aprobó una real orden por la que se constituyeron unas juntas que debían preparar todos los trabajos necesarios para construir las nuevas casas de Correos.

Las instrucciones para el diseño

El 14 de junio de 1909 se publicó una ley que marcó las orientaciones generales que debían seguir los nuevos edificios y se dictó que debían construirse «sólida, decorosa y económicamente, en el sentido de no gastar más dinero del necesario». Sin embargo, el bueno, bonito y barato no fue la única premisa que dictó el Gobierno. Las casas de Correos tenían que ser además bellos, cómodos e higiénicos.

Ya en 1915 se marcaron pautas más y más concretas. El diseño de los edificios «quedaba al buen juicio de los autores», que disfrutaban de «completa libertad artística». Pero poco a poco fue estrechándose el cerco. Ese mismo año se celebró un congreso nacional de arquitectura en San Sebastián donde surgió el «regionalismo programático». En aquella cita, se instó «a los ayuntamientos de las capitales de provincia a imitar el ejemplo dado por el de Sevilla, que, para fomentar la edificación de estilo regional, ha establecido un concurso con honrosos premios para las edificaciones inspiradas en los estilos tradicionales de la región», recoge Finol en un artículo de investigación sobre el asunto.

Decoración neomudéjar con azulejos verdiblancos y paños de sebka en la fachada.

Decoración neomudéjar con azulejos verdiblancos y paños de sebka en la fachada. / LAURA TRIVES

Con todos estos antecedentes e celebró el concurso para elegir al arquitecto encargado de diseñar la nueva casa de Correos y el ganador fue Antonio Rubio Marín, un madrileño que había trabajado mucho en Teruel, la capital del mudéjar.

No obstante, el primer diseño que aportó Rubio fue el de un edificio neoclásico, pero acabó convirtiéndose en neomudéjar precisamente por la exigencia impuesta en las bases del concurso de incluir «en sus fachadas los estilos históricos nacionales y, sobre todo, los típicos de la localidad en la que el nuevo edificio se haya de construir».

La inspiración turolense

Así, el resultado final fue un edificio que se inspira, en cierta forma, las formas de la arquitectura aragonesa de la época cuyo máximo exponente cercano sería el Paraninfo. También se contemplan similitudes con la decoración presente en el lateral de una de las torres de la cercana iglesia de Santa Engracia. Aunque hay autores, señala Finol, como Martínez Verón, que dicen «que no hay que ver en esta arquitectura», la de la casa de Correos, «ningún afán de continuidad» con las obras de arquitectos como Ricardo Magdalena (autor del Paraninfo), Félix Navarro o José de Yarza.

El edificio de Correos sería por tanto un elemento singular dentro del panorama del neomudéjar zaragozano más vinculado con las obras localizadas en Teruel que con los edificios coetáneos levantados en la capital aragonesa. «Hemos de tener en cuenta que el arquitecto (Antonio Rubio) construyó en Teruel el Casino (1922) y conocía las fábricas de la catedral y de la Escalinata», apunta Finol.

Pirámide sobre la que se sostiene la vidriera del vestíbulo principal.

Pirámide sobre la que se sostiene la vidriera del vestíbulo principal. / LAURA TRIVES

La ubicación del edificio se eligió porque allí ya hubo en su día un buzón al que la gente estaba acostumbrado a acudir. Allí se emplazaba el teatro Pignatelli, derribado en 1915. El Estado compró el solar el 25 de marzo de 1916 por 269.991,77 pesetas para levantar la casa de Correos.

El edificio comenzó a construirse un 12 de octubre de 1921 y se concluyó el 12 de octubre de 1926 para conseguir que la patrona del lugar fuese la Virgen del Pilar. En su fachada destacan los paños de sebka (los elementos decorativos con formas geométricas entrelazadas) y, en su interior, la gran vidriera que permite la entrada de luz al vestíbulo principal del inmueble, donde hoy se sitúan los mostradores para entregar y recoger cartas y paquetes.

La iluminación era otra de las exigencias marcadas en el concurso y el arquitecto Rubio lo resolvió, en esta ocasión sí, tirando de ingenio y de soluciones constructivas muy propias de los años 20 del siglo pasado. Bajo una gran pirámide de vidrio y hierro, invisible para los visitantes, se colgó esa gran vidriera que permite la entrada de luz del sol. Es decir, la estructura está sujeta desde arriba sin necesidad de que haya columnas que obstaculicen la visión ni el paso en el patio central de la construcción. Hoy en día sigue siendo imposible no entrar al vestíbulo y no quedarse mirando embobado hacia arriba por el preciosismo de la cristalera.

En la actualidad, el edificio de Correos de Zaragoza, con casi 100 años de historia, está en obras para habilitar un ascensor que garantice la accesibilidad, algo que no se tuvo en cuenta a principios del siglo pasado. Esta oficina de la capital aragonesa es, de largo, la que más usuarios recibe de toda España, más que ninguna que haya en ciudades más grandes.