Ha acabado este ciclo político (1999-2011) de forma tan descompuesta, abrupta y crítica que apenas se han hecho todavía valoraciones sobre sus frutos y sus desgracias, sus luces y sus sombras. Desde que Biel tocara con su dedo divino a Iglesias para demostrar que una bisagra puede girar en todos los sentidos, se abrió un periodo de estabilidad institucional desconocido hasta entonces en nuestra Comunidad. Llegó la eclosión de las competencias transferidas poco tiempo atrás, el desarrollo de nuevos y ambiciosos proyectos, el incremento exponencial de presupuestos y plantillas públicas, las transformaciones, la Expo, la edad de oro de unos ayuntamientos que subían como cohetes impulsados por el boom inmobiliario... Pasaron muchas cosas, fundamentales para entender el Aragón de hoy. Por ello casi resulta extraño que esto haya llegado a su punto final sin que nadie se digne ponerle algún epitafio.

El ciclo PSOE-PAR (con frustrantes experiencias locales PSOE-CHA) ha sido largo y fecundo. Gustará mucho o poco lo que se ha hecho, pero en cualquier caso es una obra extensa. Los avances cuantitativos y cualitativos en el ámbito de las infraestructuras, de los equipamientos y de los servicios han sido muy notables en relación con la situación anterior. La Comunidad en su conjunto y sus tres capitales de provincia han vivido cambios sustanciales. En ese contexto tan activo y transformador era imposible no alcanzar logros interesantes. El volumen de las inversiones estatales, autonómicas y locales ha desbordado cualquier paradigma anterior. Podrá parecernos insuficiente pero hasta entonces no se había visto cosa igual.

Hay luces, sí. Pero también hay sombras. Esta época de abundancia y acción nos plantea dos problemas centrales: la ausencia de estrategias que movieran el conjunto de las instituciones hacia objetivos claros y ambiciosos, y, por otra parte, la escasa (a veces, nula) rentabilidad real de buena parte de lo gastado. El ciclo fue liderado por equipos tacticistas en exceso y no demasiado brillantes (desde luego, mucho menos brillantes de lo que se creían sus autoestimados componentes).

Las sombras están ahí: aeropuertos inservibles, palacios de congresos (y de otras cosas) infrautilizados, edificios emblemáticos que no sirven para gran cosa, empresas públicas creadas para deslumbrar a los ingenuos y devorar recursos sin solución de continuidad... Se han desarrollado iniciativas dudosas, se han alentado acciones destinadas a fracasar, se ha usado el dinero de Madrid con excesiva alegría. ¿Cómo es posible que este ciclo haya pasado con su desfile de obras faraónicas y ahora nos encontremos con que siguen sin estar desdobladas la N-II y la N-232?

Sobre todo esto, lo bueno y lo malo, convendría reflexionar un poco. Nos vendría bien.