La revolución en el Real Zaragoza, impulsada por la fuerza regeneradora, las ideas, las propuestas y la ilusión en el futuro inmediato de Manolo Jiménez, continúa a toda velocidad. A la figura de Moisés, nombre prioritario para formar parte de la nueva Comisión Deportiva, se ha unido el de Pablo Alfaro, otro exzaragocista al que el club pretende integrar en su organigrama. Cuartero también estará ahí y el nombre del último elegido está casi consensuado.

Unos llegan y otros se van. Entre ellos, Luis Costa y Manolo Nieves, dos emblemas merecedores del máximo respeto y a los que es obligado reconocer públicamente su dedicación y el enorme cariño que profesan a estos colores. Costa, Nieves y Pedro Herrera. A los tres, Agapito les entregó ayer la carta de despido con ese estilazo suyo. La salida del secretario técnico es el epílogo oficial a una etapa de 19 años, que en realidad había acabado hace tiempo. En torno a Herrera siempre ha habido polémica, filias y fobias, adhesiones y discrepancias. En su currículum se lleva una Recopa, tres Copas, una Supercopa, dos descensos y dos ascensos. Herrera ha fichado a cientos de jugadores, algunos extraordinarios, de primer nivel mundial, como Milosevic, Diego Milito, Gaby Milito o Villa, de los que el Real Zaragoza disfrutó y con los que ganó muchísimo dinero gracias a su buen ojo. Fueron inversiones magníficas.

Y con él también llegaron otros para el olvido. Los Esquerdinha, Chainho, Jesús Muñoz, por citar tres, y sobre el resto Drulic, el fichaje más caro de la historia del club y su gran pifia. Ese año el equipo acabó en Segunda. Pero Herrera ni mató a Manolete ni merece la beatificación. Ha tenido aciertos brillantes que ya querría el Zaragoza que se repitieran en el futuro y también errores sonados. Para juzgarle hay que mirarle sin fervor ni odio. Y haciéndolo con templanza y objetividad es como realmente se obtiene el juicio justo a su trabajo.