El poeta español Pedro Espinosa fue el autor de Arte de buen morir. Una obra en formato de cuento en el que un mercader extraviado en el monte se encuentra con un ermitaño al que pide que le enseñe el arte del bien morir. Esta obra se aconsejaba como lectura para los niños en las escuelas hasta finales de la España decimonónica, y se tenía como libro escolar, tras superar el Catón. Que se instruyese a los niños españoles sobre el arte del buen morir y no sobre el del bien vivir, así como el hecho de que el rey Fernando VII restableciese mediante decreto la Inquisición no pasaron inadvertidos a la afilada pluma de los historiadores extranjeros que se lanzaron a acrecentar la leyenda negra que, desde dos siglos atrás, las monarquías europeas habían proyectado sobre España.

Así, el escritor y político francés Edgard Quinet consideró a Felipe II como «el monarca inflexible de una sociedad muerta, aislado en su Escorial, sepulcro húmedo y tenebroso». El historiador francés Henri Hauser decía respecto a Felipe II: «En junio de 1571, en una macabra procesión, en ese desierto de piedras [el Escorial] transportó [el rey] ocho féretros --los del emperador Carlos, las reinas difuntas, y los infantes-- hasta el sepulcral edificio, en el que había decidido reposar él mismo, gran parte del año». Una descripción que según el historiador francés Jean Fréderic Schaub, trataba de definir la acción política de Felipe II como un dispositivo funerario, mientras que la procesión y el panteón real del Escorial conviertían la muerte como el corazón vital de la política española.

Pero es que hasta el propio literato y político español Ángel Ramírez de Saavedra escribió: «Cuando el Ser Supremo llamó a su presencia a Felipe II, éste se encontró allí junto a su secretario, Antonio Pérez». Y es que el aragonés, en su huida de la cólera del rey, buscó primero el amparo de la corona inglesa y posteriormente la de Francia, país en el que murió en 1611. Pero fue sobretodo en el siglo XVIII (el de las luces y la Ilustración) en el que mayor esfuerzo apologético hicieron los Estados europeos para su difusión, ejemplificado este esfuerzo en el escritor francés Nicole Masson de Morvilliers y el feroz artículo que publicó en 1782 contra España y su monarquía. Incluso el escritor francés René de Chateaubriand escribió respecto a Los Sitios de Zaragoza: «No se esperaban [los soldados franceses] encontrarse con esas sotanas a caballo, como dragones de fuego, sobre las vigas ardiendo de los edificios de Zaragoza, cargando las escopetas entre las llamas, acompañados por mandolinas, boleros y el réquiem de la misa de difuntos». Una vez más la muerte apocalíptica como identitaria de lo hispano, cuyo mejor y genial narrador en crónica pictórica fue Goya en su cuadro Los fusilamientos del 3 de mayo. El horror de la muerte, en los rostros de miedo de inocentes. H