«Él siempre decía que posiblemente era el mejor cocinero del mundo». Javier Bellot y Pepe Sánchez paseaban ayer por la mañana por la Gran Vía de Zaragoza intentando encontrar respuestas a tantas incógnitas. Su amigo Fernando había fallecido atropellado por el tranvía, segándole la vida de un plumazo. Ya nunca estará en su cita diaria de las mañanas en La Tabernita, de la calle Cánovas, muy cerca de su casa, en la del Carmen, donde residía con su mujer desde hace «más de 25 o 30 años». Él era de Bureta, recuerdan una y otra vez, allí donde podrán darle, al igual que su familia y allegados, su último adiós.

«Era un hombre muy rocero y muy querido por todos, además de un cocinicas», apunta Javier, visiblemente afectado por la noticia que acababa de recibir «de un amigo de Guadalajara». No tenía hijos pero se volcaba con su mujer y sus amigos, con los que, aseguran, «tenía muchísimos detalles». Especialmente aquellos relacionados con la cocina, de la que era un gran aficionado. «Todas las mañanas se pasaba por el Mercado Central, «a echar un vistazo y ver lo que se cocía, decía», comentan Pepe y Javier, quienes también aseguran que era asiduo «al mercado del paseo Teruel». Siempre «a eso de la una de la tarde», aseveran.

Les duele el trágico accidente y cómo le ha segado la vida a este hombre de 64 años que «estaba prejubilado» y que durante muchos años había trabajado «en la GM», la planta de la Opel en Figueruelas. Le quedaba muy poco para alcanzar la jubilación oficial y recuerdan lo feliz que estaba con su coche nuevo, «un (Opel) Insignia que había recogido hace solo un mes».

De hecho, Javier comenta la mala suerte que había tenido su amigo, ya que «esta semana semana había ido al pueblo -a Bureta- a intentar reparar un roce que le había hecho al coche».

Estos dos amigos de Fernando reconocían estar «muy impactados». «Es difícil saber lo que ocurrió y no nos explicamos qué pudo suceder en esos momentos». Para ellos es todavía incomprensible. Su cabeza aún está más centrada en pensar que ya no coincidirán con él en algunos de los lugares que frecuentaba. Donde compartían «unos vinos a veces», añadía, «como el Escocia o el Alice», en los que a veces solía aparecer con «unas longanizas o unas costillicas que había preparado él».

Algunos de ellos están a pocos metros de donde fue atropellado, como el Café Moderno, ubicado en la esquina de la confluencia de Gran Vía con la calle Dato. «Es difícil saber lo que pasó, cuando salimos a mirar ya se había formado un corrillo y el herido estaba atendido», explicó el responsable del local, Tomás Clavero.

Otros testigos del accidente destacaron la peligrosidad del tranvía asociada a la falta de atención de los viandantes. «Mucha gente va despistada con los auriculares y no es raro que tenga que frenar», destacó Isabel Mediano, dependiente en una panadería cercana.

Los vecinos parece que tendrán que acostumbrarse. «Desde la reforma de la Gran Vía esto parece una carrera de obstáculos entre el tren, los coches y las bicicletas», lamentó Javier Verdela, habitual de la zona. «Al principio la gente prestaba más atención, pero a este paso esta víctima no será la última», lamentó Jesica Marín en otro de los comercios de la vía.