Se supone que Lambán no es un populista, aunque sea presidente del Gobierno de Aragón con el voto de quienes así son adjetivados. Sin embargo se mueve ya sobre la cuerda floja, cual Echenique desencadenado. Por su despacho y el de sus recién estrenados consejeros pasan los representantes de instituciones, entidades y organizaciones que sufrieron el rigor de Rudi, y a todos se les consuela y se les promete que a partir de ahora las cosas van a ser diferentes. Pero lo cierto es que el nuevo responsable de Hacienda, Fernando Gimeno, ha encontrado muchos pagos pendientes, una administración patas arriba... y la caja vacía. O casi. Además, en Madrid está Montoro, un tipo particularmente cínico y sectario que no le facilitará las cosas ni en lo más mínimo (de momento, de la liquidación del 2013 ni un euro para Aragón, y espera).

Ahora, Gimeno se dará cuenta de que, en lo referido al dinero, el Ejecutivo autónomo no es tan manejable como el Ayuntamiento de Zaragoza, de cuyas cuentas ya fue el máximo responsable. En esta última institución existe un flujo de caja constante que permite ir saliendo del paso mal que bien. En el Pignatelli, los presupuestos son mucho más voluminosos y los ingresos llegan cuando llegan.

¿Cómo logrará Lambán atender las urgentes necesidades de los servicios básicos, la Universidad, las deudas con los propios municipios (empezando por el de Zaragoza), los contratos, convenios, subvenciones y facturas de todo tipo que se han quedado colgadas?, ¿con qué dinero? ¿Cómo pondrá al día los pagos a entidades asistenciales, que por ejemplo en los Servicios Sociales arrastran retrasos de más de tres meses? ¿Qué nuevo acuerdo podrá alcanzar en las futuras conversaciones con la Universidad, cuya situación actual está próxima a la emergencia? ¿De dónde obtendrá ingresos con los cuales equilibrar unos presupuestos cuya desbaratada ejecución impidió al Gabinete Rudi cumplir el objetivo de déficit?

En estos delicados momentos (España va bien, pero su deuda no para de crecer; la de Aragón, también), las instituciones se alinean de abajo arriba en una especie de cadena de solicitantes. Los ayuntamientos piden dinero a la DGA y ésta lo reclama del Gobierno central. Como en cada caso la etiqueta política de los ejecutivos es distinta, la cosa se complica todavía más. Porque puede suceder que no haya dinero... ni intención de dárselo al adversario.

Lo asombroso es que, en medio de semejante panorama, el Ejecutivo central prepare las elecciones generales con gestos generosos dedicados a los funcionarios y a los contribuyentes en general. Mientras, las autonomías boquean como pez fuera del agua. Y Lambán, con la caja vacía, le pide árnica ¡a Rajoy!