Jaca, una ciudad especialmente marcada por la Guerra Civil, fue escenario, hace ahora 69 años, del fusilamiento de un testigo de Jehová que se negó a incorporarse a filas en el bando nacional alegando motivos religiosos. Para sus correligionarios, Antonio Gargallo Mejía, apenas un muchacho cuando fue pasado por las armas, es "un mártir y un modelo de conducta para quienes obran guiados por sus creencias más íntimas".

Pero no solo eso. Gargallo es también "el primer testigo de Jehová fusilado por objeción de conciencia", según Aníbal Matos, director apoderado para España del Círculo Europeo de Antiguos Deportados e Internados Testigos de Jehová, una entidad empeñada en recuperar la memoria de la persecución sufrida por su confesión entre 1933 y 1945.

Al margen de su trascendencia ideológica, "el caso de Gargallo es conmovedor", explica Matos, que reside en Madrid pero tiene raíces turolenses. El padre del joven testigo de Jehová era funcionario de prisiones y, en los años previos a la Guerra Civil, fue destinado a Zaragoza y a Jaca, donde un Antonio todavía adolescente se convirtió a una fe que entonces solo contaba con un centenar de practicantes en toda España.

Aunque había empezado a estudiar para delineante, Antonio trabajaba como panadero y tenía 19 años cuando fue llamado a filas en agosto de 1937. "Estaba entonces en Jaca y su primer destino había de ser el Regimiento Aragón número 17", indica Matos.

Sin embargo, a los pocos días de entrar en el cuartel, al llegar el momento de la jura de bandera, el nuevo recluta hizo saber a sus superiores que su credo religioso le prohibía empuñar las armas. "Me amenazaron y entonces deserté", escribe el propio Antonio en una sobrecogedora carta redactada en el calabozo, fechada el 18 de agosto y dirigida a su madre y a su hermana, que eran católicas y no le entendían.

La fuga de Antonio Gargallo duró poco. Trató de ganar la frontera francesa por el puerto de Somport, pero fue detenido por las fuerzas nacionales en Canfranc. Trasladado a Jaca, compareció ante un consejo de guerra que, según relata Matos, "le dio a elegir entre ir al frente o morir fusilado".

"Cuando se colocó ante el pelotón de fusilamiento, Antonio iba entonando cánticos de alabanza a Dios", precisa el responsable español del Círculo Europeo de Testigos de Jehová, que ha reconstruido la vida de Antonio Gargallo hablando con compañeros y familiares del fallecido e investigando en los archivos militares.

Los testimonios y los documentos le han permitido establecer que Antonio entró en contacto con los testigos de Jehová en 1934, cuando su familia se hallaba en Zaragoza. Un tal Pedro Goñi le prestó una serie de publicaciones que despertarían su interés por la Biblia. Pero el paso definitivo lo dio a comienzos de 1936, año en que fue visitado por dos misioneros ingleses, John y Eric Cooke. A partir de entonces, él mismo se dedicó a propagar su recién adquirida fe por distintas zonas de Aragón.

"Eran años convulsos y durante su labor como misionero no faltaron los incidentes, como cuando un grupo de gente enfurecida salió en su persecución en Mediana, cerca de Zaragoza, porque lo tomaron por un fascista", comenta Matos.