El aroma de tarta de queso y rosquillas recibe al que pasea por la plaza de La Seo. Un recorrido visual por bizcochos de naranja y chocolate despierta intereses gástricos que se incrementan con la cecina de ciervo que se ofrece a los viandantes. Son los primeros puestos del Mercado Medieval de las Tres Culturas, que muestran a los ciudadanos cómo determinadas artes emergen de las manos.

Trenzando una cesta está Joaquín. Lleva más de 50 años haciendo cestería, desde que fue aprendiz desde muy niño de "un señor del pueblo" que le mostró el arte del mimbre y la caña. De su trabajo le gusta todo, cuenta, tanto que su mujer se tiene que esperar a que acabe de trenzar una caña para poder empezar a cenar. Este natural de Barbastro lleva años viniendo al mercado medieval de la ciudad y está feliz con el lugar que le han asignado. "A veces te colocan en callecillas que están medio escondidas y no se puede trabajar bien", indica.

Enfrente suyo un murmullo de agua y piedra concentra la curiosidad de muchos paseantes. Los granos de maíz son transformados en harina por una piedra de moler, que se mueve por una noria de agua. Varios pares de ojos miran fascinados el rápido girar de la piedra.

También los halcones dirigen la mirada de los paseantes. La muestra de cetrería es una de las actividades más populares con una gran variedad de aves. Marian pasea con un guante de cuero, y a un pequeño gesto de su mano el halcón vuela hasta su mano. El secreto lo ha descubierto hace una hora, cuando llegó como espectadora y le propusieron volver al medievo poniéndose un vestido de época. "Le enseño la comida y viene", confiesa echando por tierra el mito de la domadora. En la plaza San Braulio destaca una réplica de la imprenta de Gutenberg. Joaquín ofrece a todo aquel que lo desee la posibilidad de hacer una impresión de la primera página de la gramática portuguesa como se hacía antiguamente. "Y tampoco tanto, me han comentado señores que ellos trabajaban con estas planchas en el periódico de hace años". El medievo no está tan lejos.