Pedro Incera Miranda, de 88 años, no sabe si podrá contener la emoción el día 3 de junio, cuando Monzón celebre el 50 aniversario de la creación de su Policía Local. No en vano, este fibroso y enjuto anciano de Cantabria fue municipal, como se decía entonces, a partir del año 1962, es decir desde el mismo día en que el cuerpo echó a andar en la ciudad. Una vez dentro, como simple guardia, fue subiendo escalones hasta llegar a la categoría máxima, la de sargento jefe.

"Soy el único policía que queda del grupo de fundadores de la Policía Local de Monzón", explica Incera, que se jubiló hace 22 años y reside en Zaragoza en la actualidad. Ingresó en el cuerpo con 37 años, tras prestar servicio durante trece en la Guardia Civil, donde causó baja para asumir su nuevo cometido.

La fecha de creación del cuerpo de seguridad local no fue casual. Coincidió con un tiempo prometedor y difícil a un tiempo para Monzón, cuando la población, en cuestión de pocos años, pasó de ser un núcleo agrícola de 5.622 habitantes a convertirse en una ciudad industrial de casi 10.000 vecinos.

La llegada de fábricas como Hidro Nitro y Monsanto Ibérica, que se sumaron a Agromán, atrajo a miles de trabajadores del resto de España y causó problemas de convivencia y orden público a los que urgía hacer frente.

"Había muchos hombres solteros y el dinero corría por los bares", recuerda Incera. "Los fines de semana había mucha juerga, algunos abusaban del alcohol y estallaban peleas", añade.

Pocas multas

"En esta profesión no existe nadie que no se haya visto en un momento de apuro", asegura el expolicía, que aunque llevaba pistola nunca llegó a dispararla. "La saqué, por si las moscas, pero no pasé de ahí", dice con una expresión alegre.

"En el trabajo de policía comes y duermes todos los días, eso sí, pero nunca sabes a qué hora lo vas a poder hacer, porque todo está supeditado a las necesidades del servicio", comenta Incera, que está casado y tiene una hija y dos nietos.

Dice que a él nunca le ha dado por resolver los problemas con multas. "Claro que he puesto sanciones, pero quizás haya sido un poco blando porque solo lo hacía cuando no había más remedio", subraya el exguardia, que considera "injusta" la fama que llevan los policías locales "de tirar a la mínima de lápiz y libreta".

El ascenso a jefe significó más responsabilidad, más tiempo de trabajo, más llamadas por la noche.., "como le pasa a todo el que viste un uniforme de los cuerpos y fuerzas de seguridad".

Lo único que le duele es la ingratitud de las personas a las que ayudó. "En una ocasión, llevé a su casa a una chica que estaba tirada en medio de la calle, drogada, y sus padres no me dieron ni las gracias", cuenta.

Cercanía

Con todo, si naciera de nuevo, Pedro Incera volvería a elegir la misma profesión "sin titubear". Y eso que vivió experiencias poco agradables. "A veces llegaba a casa cargado de pulgas de los calabozos y mi mujer no me dejaba entrar", explica sin perder la sonrisa. Eran los años 60 y en el cuartelillo, como se conoce en Monzón la sede de la Policía Local, "no había la higiene de ahora". Pero todo lo compensa lo que él llama la "cercanía" de la Policía Local. "Somos el cuerpo al que antes recurren los ciudadanos y, solo por eso, merece la pena ser municipal", afirma.