El Real Zaragoza, siendo lo más optimistas posible y yendo por el camino más corto de la suma de puntos, necesita ganar diez de los 21 partidos que le restan por disputar hasta el término de la Liga para no bajar a Segunda División. Con esta plantilla no tiene opción alguna de hacerlo, y aun cerrando el mercado de enero con una utópica incorporación masiva de nuevos futbolistas, el ingente tamaño de la empresa apenas se reduciría. Un buceo por el discurso de presentación de Salvador Arenere y el nuevo Consejo redescubre un par de mensajes que sobresalen sobre el resto aunque existan encendidas alusiones a la lucha por continuar en Primera. "El principal objetivo es asegurar la supervivencia del Zaragoza", fue la frase que más subrayó. "El gran fichaje somos todos", dijo como colofón.

La pregunta es si los actuales gestores han considerado, en la intimidad de dos meses de reuniones con Agapito Iglesias antes de recibir plenos poderes del propietario, que el descenso facilita o asegura esa supervivencia. ¿Qué tiene ese rumbo directo a Segunda de premeditado o de casual? El equipo ha demostrado que no dispone del mínimo nivel exigible para continuar una temporada más en la élite y reforzarlo a lo grande sin un euro, bajo la atenta mirada de los administradores judiciales y sin garantía alguna de éxito no encaja en las previsiones de estos cuatro especialistas en finanzas.

Prioriza el club sobre el equipo, gana por varios cuerpos el papel de intermediación que juega Salvador Arenere para buscar inversores --del color que haga falta-- que compren las acciones de Agapito Iglesias y para sostener en pie el futuro de la institución aunque sea, por el menor tiempo posible, a distancia de los mejores. Los jugadores van río abajo en dirección a las cataratas y nadie va a salir a socorrerles. La contratación de Michel como primera opción para el banquillo era mal negocio porque exigía parné y futbolistas y excelente la salida solicitada de Ponzio, que perdonó un pellizco importante de su ficha. Resulta sintomático que durante la semana pasada ganara enteros el nombre de Ernesto, del Guadalajara, en la agenda de posibles incorporaciones invernales. De manera nada subliminal, se percibe que nadie en la cúpula va a poner mucho de su parte para ir contracorriente de este destino deportivo que, pese a todo, romperá el corazón de la afición. Hasta la elección de Manolo Jiménez como técnico tiene su miga: en el fondo, su perfil se ajusta más al de un motivador para un conjunto ascensor que al de un chamán de milagrosos poderes curativos.

Sesenta días con Agapito dan para mucho. En ese cónclave antes de ser presentado en sociedad, Salvador Arenere ha dispuesto de mucha información y de margen para percatarse de que se le daba la vuelta a la plantilla o la permanencia iba a ser imposible. Once días después de su toma de posesión ha movido fichas en los despachos, ha buscado un acercamiento con socios y peñistas y ha viajado a Santander, a un encuentro crucial, sin una solo futbolista nuevo. Puede que en enero aterricen algunos, pero se antoja que para decorar lo inevitable.

Diez millones de euros percibiría el Real Zaragoza en casa de descenso y el proceso de pago a los acreedores se suspendería durante dos años consecutivos o tres alternos de permanencia en Segunda. Con Mediapro metida en numerosos concursos de acreedores, estar en Primera no es ningún chollo. El presupuesto del club aragonés, al borde de un ERE, menguaría considerablemente...

Ni un solo miembro del Consejo reconocerá que deportivamente se ha tirado la toalla porque es antipopular. Sin embargo, tiene su lógica esa rendición firmada por Agapito Iglesias mucho antes de que llegaran para guiar su salida. En ese escenario ruinoso, es muy probable que en el proyecto de catarsis el descenso que viene se observe sin antipatía.