Suma y sigue. Al descalabro de la corrida (es un decir) de Parladé encadenamos ayer otro fiasco con el lote de Alcurrucén, seis almas cándidas que asomaban por la puerta de chiqueros con cara de benditos hasta que, pasados unos minutos descubrían su comportamiento verdadero. Suele pasar que la fachada a menudo no se corresponde con las espectativas y donde te esperabas un toro bravo amanece un capón.

Ayer hubo seriedad en la presentación de una corrida que contenía, emboscados, tres toros cinqueños. El tercero fue un toraco cuajado, largo y hondo que derribó con estrépito; el cuarto, huidizo descarado y el primero un hideputa en primer grado.

Ante ellos hubo distintos grados de entrega por parte de los toreros. Por ejemplo, Curro Díaz, ese yuppie vestido de torero o al revés, se repelió cuanto pudo del referido primero, un bribón pintarrajeado de mil colores y al que chalaneó en lo que se dejó. El alcurrucén se quedaba corto y abajo y cuando levantaba la jeta era para tirar un viaje. El de Linares invirtió más tiempo en ir y venir de las tablas que en darle franela.

En el cuarto se pasó el tiempo persiguiendo al toro. Es el inconveniente de entender el toreo por un solo canal. Cuando te adjudican el sello de artista ¿el resto de la lidia ya no te concierne?

Si Curro Díaz sabe la lección hay que entender que ayer no quiso darse coba, el caso contrario sería que la ignora. No lo creo.

Porque todos somos muy ignorantes, lo que pasa es que no todos ignoramos las mismas cosas, según el tío Einstein.

Más kilómetros hizo Juan Bautista en el quinto al que le amontonó varias series de muletazos sin un hilo conductor. Como Forrest Gump, corrió, corrió, corrió sin saber dónde estaba la meta. Al menos, hubo entrega. También en su primero, ante el que puso empeño pa ná. Gracias monsieur.

Quien lo tuvo más asequible fue Leandro, que puso a contribución un toreo centrado en lo esencial sin dejar un resquicio al adorno o a lo accesorio. Una faena correcta, ambiciosa en tono menor a un toro que se apagaba como una vela fue objeto de petición no atendida. Y en el sexto la escena que define lo de ayer, la persecución del hombre al toro que antes había empujado en varas, se dolía en banderillas y le dió por salir de naja, multiplicarse por cero, o sea.