Esta semana se han concadenado varios episodios bochornosos tras el fallecimiento de Rita Barberá, que durante años resultó uno de los principales apoyos de Mariano Rajoy, y tal vez la persona que más hizo para que saliera elegido presidente del PP en 2008. Se trata del mismo señor (Rajoy) que el pasado jueves se presentó en el JOSÉ LUIS Corral* entierro de Barberá pese a que el pasado 15 de septiembre declaró: «Nosotros le pedimos que renunciara a la militancia, y ella lo ha hecho».

Desde que perdiera la alcaldía valenciana, Rita Barberá cayó en desgracia en su propio partido, y en los últimos meses, con la amenaza de la imputación sobre su cabeza, fue rechazada, despreciada y ninguneada por muchos de los que antes tanto la alababan. Las declaraciones y juicios de valor que durante este año han hecho sobre ella dirigentes del PP como Rafael Hernando, Alfonso Alonso y Javier Maroto, entre otros, han sido demoledores.

Rita Barberá no fue, en mi opinión, modelo de nada. Su comportamiento como alcaldesa resultó prepotente, soberbio y quizá corrupto (ya se verá qué decide la justicia al respecto). Propició que Valencia se convirtiera en un sinónimo de corruptelas, y endeudó a la ciudad con proyectos faraónicos y ruinosos que enriquecieron a unos pocos con el dinero de todos. Casos como el de la visita del Papa, el de la Fórmula 1 o las irregulares subvenciones a la empresa de Iñaki Urdangarin todavía andan pendientes en los tribunales. Y ni siquiera supo perder, pues en 2015 ni se presentó a recoger el acta de concejal ni asistió a la toma de posesión de su sucesor en la alcaldía.

Ahora que ha fallecido, llueven sobre ella elogios exagerados, y no sólo en lo político, sino incluso en lo personal. Pese a las facturas de gastos escandalosos en hoteles, coches y comidas de lujo que cargó al ayuntamiento de Valencia, algunos aún destacan su austeridad, señalan que murió sin tener ninguna propiedad y que «vivía en un piso de alquiler». Esos mismos olvidan que, según su propia declaración ante las Cortes Valencianas donde ejerció como diputada, en el año 2014 fue la política española que tuvo mayores ingresos públicos con 156.000 euros.

En España la hipocresía, el engaño y la doble moral son prácticas frecuentes, pero lo que se ha vivido en los últimos días ha sido la culminación de un detestable modelo de comportamiento basado en el fingimiento, la falsedad y la doblez.

Algunos están empeñados en convertir la política española en una comedia bufa; y lo peor es que lo están consiguiendo.