Ustedes recordarán sin duda aquella novela de gran éxito de Anthony Burgess, La naranja mecacánica, y la subsiguiente película de Stanley Kubric. Una manada de inadaptados, liderados por Malcom McDowell, salían a la calle en busca de diversión y caza, a cargarse un mendigo, un emigrante, o a violar a una mujer delante de su marido. Una vez detenido el protagonista, hubo que aplicarle un protocolo de choque, una nueva técnica de desprogramación psiquiátrica porque no diferenciaba el bien del mal, no condenaba la violencia, le agradaba el dolor, disfrutaba con la tortura y no le concedía la menor importancia a la muerte o al sufrimiento de los demás.

Las manadas que ahora recorren las ferias y los campos de fútbol de España no son muy diferentes. Compuestas por gente joven, y no tan joven, con ganas de divertirse, de hacer algo distinto, para acabar encerrando a una chica en un portal o en un piso y sometiéndola a esa ley grupal, tribal, que nos retrotrae a los tiempos de las cavernas.

Cavernaria, más que tabernaria, fue la muerte de Víctor Laínez en una calle zaragozano a manos de un individuo con graves antecedentes y poca o ninguna empatía con sus víctimas, según se pudo desprender de su gélida declaración ante la juez.

Algunos tenían al agresor como una especie de luchador de izquierdas, un inconformista o héroe contra la corrupción del statu quo, pero nada más lejos de la realidad, y nada tan peligroso como idealizar a este tipo de personajes con una carga de violencia letal, que puede estallar por cualquier motivo y en cualquier momento.

El punto en común de las manadas con esta especie de lobos reside en la indefensión de las víctimas. La lucha nunca es igual. En esa balanza, las condiciones en las que se va a desarrollar la tragedia siempre benefician a los inductores. Emboscan, atacan por la espalda... Todo vale, porque nada, salvo el instinto, es verdad, pensarán, en ese extraño mundo sin conciencia en el que se mueven jaleados por los suyos, cómplices más que amigos.

¿Cómo combatir esta disolución moral de los límites de la convivencia social? Con educación, con sanción, rehabilitación, pero, sobre todo, preventivamente, evitando que estos fenómenos lleguen a cuajar y a causar daños a terceros, además de arruinar las vidas de los causantes.