Releo con placer Madame Crisantemo, de Pierre Loti, una de las primeras novelas (1887) que trató el Japón milenario, ofreciéndolo a un lector occidental que nada o muy poco sabía de sus costumbres. La novela inspiraría las óperas de Messaguer, con el mismo título, y Madame Butterfly de Puccini. El protagonista, un oficial de la marina norteamericana obligado a permanecer un tiempo en Nagasaki mientras se reparaba su goleta, La Triunfante, toma temporalmente por mujer a una geisha, con la que convive y aprende los hábitos del país.

Al principio, el oficial se reía abiertamente de la forma de vivir de aquellos japoneses cuyas casas y almas parecían de papel, que solo engullían arroz, que caminaban y se sentaban tan rígidamente como se sucedían los días y que en todo momento manifestaban tal respeto por los demás, y por cuanto les rodeaba, que semejaban fantasmas

Pero, poco a poco, a medida que se prolongaba su estancia en Nagasaki, el norteamericano manifestó un proceso de japonización y comenzó a sentirse más integrado, a experimentar bienestar por tantos detalles y cuidados como de los que era objeto por parte de Madame Crisantemo y por el resto de mujeres que lo trataban como a un rey, y llegó a pensar si no sería mejor quedarse en Japón (como haría otro escritor que conoció muy bien aquel histórico período japonés, el greco--irlandés Lafcadio Hearn), renunciando a su pasado y abrazando un nuevo y cómodo destino.

Algo así les viene sucediendo a los políticos españoles, varados, no en la rada de Nagasaki, sino en ese puerto de ninguna parte adonde las ha conducido su inercia electoral, la falta de viento, de aliento, de espíritu en sus velas.

Para colmo, nosotros, un poco como una tripulación sin timonel ni patrón, empezamos a darnos cuenta de que, en lugar de mostrarse nuestros dirigentes desesperados por abandonar su estéril puerto, se van acomodando a su nuevo destino en tierra y procuran alargarlo, japonizándose como el consorte de Madame Crisantemo y practicando una política bonsai. Sin raíces (ideas), sin ramas (argumentos), sin frutos (proyectos). Tan diminuta, doméstica y frágil como esos lotos y farolitos con que los japoneses del XIX expresaban su renuncia a cambiar nada. Exactamente igual que las estatuas de papel que nos gobiernan.