Noviembre está casi agotado, diciembre espera a la vuelta de la esquina y el Real Zaragoza sigue anquilosado donde siempre en estos meses desde que Agapito convirtió este club en una casa de locos. Inmerso en otra crisis deportiva de profundidad, en posición de descenso, con media plantilla bajo la sombra de la eterna sospecha, en caída libre y con el entrenador en el punto de mira, paralizado, apático, acorralado por los malos resultados y perdiendo el crédito a pasos agigantados.

El tiempo pasa y aquí no cambia nada y, si lo hace, es para peor. Gay cayó en noviembre; Marcelino, en diciembre. Aguirre también se enfrenta a su propio destino antes de Navidad. Después de su incomprensible inmovilismo, el domingo en Granada tendrá que hacer algo, aunque sea por obligación. Las bajas le impedirán poner otra vez a los mismos, su vicio más llamativo de las últimas semanas. Decir que la victoria es indispensable sobra. Y, mientras, a esperar de nuevo al mercado de enero, el único lugar donde hay soluciones reales a muchos problemas, y a convivir con otra crisis. La enésima de Agapito. El cuento de nunca acabar.