André Guelfi recibió en audiencia a la delegación aragonesa que había acudido a París para hablar con los promotores de Gran Scala. En un salón reservado del exclusivo hotel Saint James, el rey de las comisiones y el tráfico de influencias lucía su porte de anciano en buena forma: tez bronceada, ropas de elegantísimo sport... y, flanqueándole, dos hermosas y jóvenes señoras que casi nadie de los presentes tomó por enfermeras.

En realidad, Aliaga, Trillo y el senador Mur, junto con otros españoles que participaban en el supuesto proyecto para construir una megaciudad del ocio, debían alojarse en otro hotelazo parisino, el Raphaël, pero luego Paul Stephan Allegrini les indicó que irían al Saint James, un palacete en las afueras de la capital en el que sólo se alojan personajes muy, muy selectos. "Allí está Guelfi", les dijo.

Allegrini venera a André Guelfi, también conocido en todo el Mediterráneo como Dedé La Sardine por sus negocios pesqueros. Llama papá al veterano lobista y a veces presume de haber sido su compañero y piloto del jet privado que para Guelfi es el símbolo de su rango y de su poder.

André Guelfi asegura en las entrevistas que él se ha arruinado dos veces. "Pero siempre conservé el avión privado. Los bancos no te dan ni un franco si has quebrado. Pero si te ven bajar de tu propio jet creen que todavía tienes dinero... y te dan crédito".

Dedé La Sardine ha hecho del tráfico de influencias un arte. Piloto de carreras en su juventud, despegó de la nada para convertirse en un hombre riquísimo que se codeaba con jefes de estado, con primeros ministros, con personajes como Samaranch (del que fue amigo y, dicen, socio), con agentes secretos... Se hizo con el holding Le Coq Sportif, auspició grandes negocios inmobiliarios en París o Moscú, intermedió para vender aviones rusos de carga, pasajeros... o combate, compró y vendió compañías petrolíferas. Hasta que se vio pillado en el proceso por corrupción abierto contra la cúpula de ELF Aquitania. Por primera vez pisó la cárcel y fue condenado por un baile de comisiones millonarias (en millones de dólares) en la construcción de una refinería en Uzbekistán. Es muy curioso que esta trayectoria coincida detalle por detalle con la información sobre su propio know how enviada al Gobierno de Aragón por la muy opaca sociedad chipriota Darlen Ltd. Sólo cabe deducir que Guelfi está detrás.

El viejo corsario considera su actividad como una profesión más. No se avergüenza de dar y recibir maletines, y presume de sus logros. Por ejemplo, la venta a la francesa ELF de las instalaciones petroleras (refinerías, gasolineras, etcétera) de la Alemania del Este. La reunificación acababa de producirse y el canciller Khol quería dinamizar la economía de la zona ex-comunista. Guelfi pilotó la operación y manejó las comisiones de tal forma que una parte fueron a las arcas de la CDU (partido democratacristiano alemán) provocando un monumental escándalo. Lo más genial es que cuando ELF se hizo cargo de su recién adquirida sucursal germana comprobó que las instalaciones de ésta eran deplorables. Hubo que gastar miles de millones de francos para modernizarlas.

La audiencia con André Guelfi ha sido explicada a posterior por Allegrini como un favor que le hizo a Mur porque éste, sabedor de las influencias de Dedé La Sardine, quería que echase una mano a la candidatura olímpica de Jaca. Pero en el Saint James no se habló gran cosa de los Pirineos. Además Guelfi tal vez podría hacer algo por la candidatura en cuestión... pero cobrando, claro.