Describen sus especialidades y ofrecen sus servicios. Así se anuncia un grupo de jóvenes africanas que desde hace un año se prostituye en la esquina de Francisco de Vitoria con el Camino de las Torres, en pleno centro de Zaragoza. Las mujeres toman las aceras las noches de los fines de semana, se ofrecen sin tapujos a los viandantes y se llevan a sus clientes al estacionamiento situado junto al parque de Miraflores.

"Se meten detrás de los coches y hacen sus cosas a la vista de todo el mundo", comenta Mari, que trabaja en uno de los numerosos discobares de esa zona de Zaragoza. "Si los sorprendes fornicando, siguen a lo suyo, ni se inmutan".

El fenómeno de la prostitución callejera, que hasta hace poco se circunscribía a lugares muy concretos del Casco Histórico, Delicias y el extrarradio, golpea ahora de lleno a un distrito residencial muy próximo al centro de la ciudad. Los vecinos están indignados y no acaban de creerse lo que cualquiera de ellos puede ver con solo asomarse a la ventana de su casa un viernes o un sábado de madrugada.

"COMO EL RAVAL" "Es como lo de El Raval de Barcelona que han dado estos días por la tele", explica Mari. "Ves a las mujeres en cuclillas mientras hacen la faena o apoyadas en el capó de los coches", añade la testigo, que muestra el bollo que las nalgas de una prostituta han dejado en su propio vehículo.

A determinadas horas, en especial cuando cierran los establecimientos de ambiente nocturno de los alrededores, el aparcamiento de coches es un continuo ir y venir de prostitutas y hombres de todas las edades que han contratado sus servicios.

Entonces, ni las rampas de entrada a los garajes comunitarios se libran del trajín de los que buscan el sexo más tirado. "Los que vivimos aquí ya hemos comentado que vamos a intentar poner una verja en la entrada del garaje", señala un vecino de un edificio de Francisco de Vitoria que hace esquina con el Camino de las Torres. "Estamos hartos de condones y meadas", añade.

Justo enfrente, en los bloques situados delante del estacionamiento, los residentes también están desbordados por el panorama que se encuentran muchas mañanas, con preservativos arrojados entre los coches y charcos de orina.

En las salas de fiesta, los porteros consiguen mantener a raya a las prostitutas, pero algunas de ellas se introducen en los servicios de los bares para cambiarse y lavarse. "Da asco, en cuanto me descuido, se me cuelan en los váteres y luego me toca limpiarlos a fondo", afirma Mari.

CAMBIO DE PELUCAS Ella ha observado que las mujeres que han tomado la esquina de Francisco de Vitoria con Las Torres no son muchas, "ocho o diez", y que llegaron allí hace un año, más o menos. "Antes había dos mujeres negras de más edad, discretas, que llamaban a los clientes desde la acera, se subían a sus coches y desaparecían", asegura. Pero se esfumaron con la llegada de competencia.

Las nuevas meretrices son, en cambio, muy jóvenes, visten de forma provocativa y, al parecer, trabajan por su cuenta. Al menos, los proxenetas, si los tienen, nunca merodean por ahí. "Es chocante", se extraña Mari. "Tienen mucha afición por las pelucas, un día vienen con un tipo de pelo, otro día con otro..., como si quisieran renovar su aspecto para no perder la clientela", opina.

Su presencia estridente no pasa inadvertida en unas calles habituadas desde hace años a los clubes de alterne de alto nivel, con espigadas chicas del Este de melena rubia y finos modales.

"No sé si esto pasa por la crisis o por qué", lamenta Mari. "Lo único que sé es que es una vergüenza y que no se puede tolerar".