El pasado miércoles, Franciso Valdés y Josefina Aranda, junto a dos de sus hijos, fueron desalojados de su casa en Alagón. Tras once años de litigios, los actuales dueños de la finca, tres hermanos de Barcelona llamados Álvaro, José Miguel y Rodrigo Saura Vendrell, pudieron demostrar que eran sus legítimos propietarios. Pero, a mediados de los años 90, el abuelo de estos ya lo había intentado. La Justicia le dio la razón, pero falleció antes de disfrutarlo.

Dada la avanzada edad y el delicado estado de salud de Francisco y Josefina y de sus hijos, y según la abogada de los hermanos Saura Vendrell, estos llegaron a ofrecerles "en contra de mi opinión profesional, dejarles ocupar la casa al matrimonio hasta que fallecieran", señaló Begoña Cerezo. Pero, según la letrada, Francisco "se negó porque decía ser el dueño de la casa".

Los pleitos venían de atrás, pero este ofrecimiento no se produjo hasta el 2008, cuando la abogada temió que Francisco pudiera acreditar que era el propietario. Según Cerezo, "apareció de manera sorpresiva" el documento con el que Valdés trataba de demostrarlo, pero hasta ese momento "solo había apelado a su condición de inquilino".

Orosia Casasús, la bisabuela de los actuales dueños de la finca, se la había vendido a Francisco, en 1960, por 200.000 pesetas. Pero no podía hacerlo, ya que era la usufructuaria, no la propietaria. Por eso, la justicia ha declarado nulo el contrato. Y también por el hecho de que era a la vez un contrato de compraventa y de alquiler, algo que es "contradictorio", según Cerezo.

La sentencia que se ejecutó esta semana, y que acabó con el derribo de la casa, no era la primera que amenazaba de desahucio a la familia Valdés. Ya en 1993, el abuelo de los actuales dueños, e hijo de Orosia, inició un procedimiento judicial para reclamar la resolución del contrato de arrendamiento industrial que Francisco Valdés había suscrito en 1960 con su madre.

El juez dictó un primer requerimiento de desalojo en 1995. Pero el demandante falleció, y su heredero, Carlos F. Saura, tío de los actuales dueños, decidió renovar el alquiler. Tal era la confianza de Valdés en él que llegó a prestarle 6.000 euros, que nunca le devolvió, y que llegó a reclamar sin éxito a sus sucesores, quienes ahora le han echado de casa con la única intención de dejar el terreno diáfano.