ANTONIO LATORRE, fruticultor: «No podemos volver a que todo el campo sea de cuatro caciques»

Antonio se pasaba el verano echando un cable en su casa. A su hermano le iba menos. El resto del año se recorría el campo de Cariñena dando clases de actividad física, entrenando equipos de fútbol o baloncesto. Superaba pelados los mil euros. «Hace tres años decidí apostar por el campo. Mi padre lo iba a dejar y tomé el relevo generacional», relata desde la Almunia de Doña Godina.

Antonio Latorre posa en su campo frutícula de La Almunia SERVICIO ESPECIAL

Melocotón, paraguayo, albaricoque, nectarina y algo de cereza es lo que tiene. Ahora están esclareciendo. La floración vino pronto y luego se alargó. Pronto comenzará a contratar peonadas. «Tengo un trabajador todo el año y ahora incorporamos hasta septiembre a cinco o seis más. Los que vivimos en los pueblos somos los que contratamos a la gente que vive aquí», afirma.

Incorporarse al sector siendo joven no es sencillo y menos, cree, si la PAC no refuerza la figura del agricultor genuino, aquel cuyos ingresos dependen en gran medida del primer sector, límite puesto ahora en 20% del total declarado. «Debería subirse al 50%. Las ayudas complementarias deberían estar para apoyar a los agricultores profesionales, sobre todo pequeños y jóvenes, que no podemos competir con grandes potencias, fondos de inversión, que entran en el sector y luego se van y ahí dejan la tierra», reivindica Antonio.

Da cifras en este análisis. Porque su primer año fue bueno, pero los siguientes, y como apunta el presente, sólo sacó el 50% de la producción (150.000 kilos). «Es un producto perecedero y antes de perderlo lo vendes al precio que te marcan. Porque lo que me cuesta a mí el melocotón, unos 28 céntimos, una gran corporación lo hace por 18. La PAC debe compensar estas diferencias», declara Antonio, porque sino «volveremos cincuenta años atrás, cuando todo el campo era propiedad de cuatro caciques».

Antonio quiere seguir luchando, tiene ganas, pero entiende que haya compañeros que se quiten los árboles hartos y decidan trabajar como tractoristas. «La gente ve el tractor grande. Lo que no ve es que es nuestra herramienta de trabajo para mover la tierra necesaria para sacar un sueldo, ni la hipoteca de 25 años que hay que pagar», concluye. 

ESTHER IBÁÑEZ, ganadera de ovino. «Sin ayudas la gente no podría adquirir la carne a un precio asequible»

 No ha sido un año sencillo para Esther Ibáñez. El cierre pandémico de la hostelería, las consecuencias de la borrasca Filomena y las dudas sobre el futuro de la PAC han significado una mezcla al desánimo. No ve el futuro claro. «Malo, no, malísimo», predice pesimista Esther. Esta ganadera de Ojos Negros (Teruel) tuvo que salir en pleno temporal a veinte grados bajo cero a cuidar de sus terneros de cebo «porque hay que ir a alimentarlos todos los días». Unos 600 tiene estabulados en una granja con poca viabilidad económica si no recibe ayudas justas. «Hicimos una inversión con unas reglas, pedimos préstamos por diez años y luego nos las cambiaron. Te marcan la viabilidad de tu empresa», lamenta crítica.

Esther, con su ganado. SERVICIO ESPECIAL

Las ayudas de la PAC a la ganadería se establecen sobre las hectáreas de pasto y no directamente sobre el número de cabezas, algo que perjudica a una explotación intensiva como la suya y teme ser excluida de la futura legislación europea. «Hay gente que no tiene ovejas o terneros y lo está cobrando por completo porque tienen los derechos que adquirieron hace veinte años sobre las tierra», reseña Esther Ibáñez.

Ella comenzó su andadura ganadera en el 2019 tras dejar un cargo en la administración. «Mujer y mundo rural suena muy bonito desde fuera, muy romántico. No es para nada sencillo. No recibí apoyo ni cuando estuve embarazada. Mucho se habla de la despoblación, pero los que quedamos en los pueblos somos los que mantenemos esto vivo», indica esta turolense de las Cuencas Mineras.

Un ternero tarda un año en tener el peso válido para salir al mercado. La pandemia le ha provocado gastos en averías y el cierre de la hostelería que les ha afectado para dar salida a su producto. «Suerte que abrieron las fronteras y ahora estamos exportando al Líbano animales con 300 kilos, el 60% del peso. Se los llevan en barco y allí terminan de engordarlos», informa sobre su realidad.

Esther Ibáñez lamenta que arrastran mala fama por la especulación que se produjo en su momento por la adquisición de pastos para ampliar subvenciones, aunque ahora sólo, salvo excepciones, se puede pastar a no más 50 kilómetros del origen. «Las ayudas no son para que yo coma, sino para que la gente pueda comprar la carne a un precio asequible», insiste desde Ojos Negros.

JESÚS BALLARÍN, agricultor ceralista. «Volvamos a la parrilla de salida. En 20 años el sector cambió mucho»

Jesús no dudó. Es su pueblo, son sus vecinos. Sacó el tractor con la pala y la abonadora cargada de sal. «En dos días despejamos las calles y evitamos que hubiera hielo», recuerda del paso de Filomena por Alcalá del Obispo (Huesca).

Porque estar, ser del lugar, da ese valor, que puedas echar un cable cuando hay un incendio o una nevada. Y esa es una de las razones por las que defiende que la PAC debe orientarse hacia el agricultor genuino, aquel cuya actividad «depende directamente del sector, está más atado, y es lógico que tenga un mayor mimo por parte de las administraciones. Somos realmente los que estamos en los pueblos y cuidamos del entorno», insiste frente a los agricultores sin vínculo con la tierra.

Ballarín, en uno de sus campos de la Hoya de Huesca. SERVICIO ESPECIAL

Él es ingeniero agrícola y heredó la faena de su familia. Esta es su única fuente de ingresos. Mantiene unas 110 hectáreas, una explotación importante, pero que no puede compararse con las grandes haciendas con capacidad para introducir nuevos avances tecnológicos y afrontar la transformación hacia una agricultura más sostenible a la que se encamina la legislación europea. Por ese motivo considera que las ayudas redistributivas incluidas en la PAC deben priorizar a estas «empresas medias y consolidadas, normalmente familiares, con un nivel técnico elevado, que pagamos un alto precio por incorporar tecnología», remarca este agricultor de la Hoya de Huesca.

El último punto a alterar que remarca apunta a la disolución de los derechos históricos adquiridos que hacen que, según declara, «un nuevo agricultor que pone cebada, maíz, alfalfa… tiene una ayuda de 200 euros por hectárea y el vecino, por haber tenido arroz hace años, sin hacer nada, se lleva 50.000. Eso no puede ser así», remarca y apunta que «es imprescindible que volvamos a la parrilla de salida. En veinte años el sector ha cambiado mucho».

Jesús Ballarín pone un buen ejemplo para entender esta discriminación y que pueda ser bien entendido por alguien al que le sea ajeno este debate. «Es como si una persona que tuviese una ayuda para alquilar un piso que obtuvo cuando tenía veinte años, la siguiese cobrando ahora, con cuarenta, familia y casa propia», comenta didáctico.