Este lunes 3 de mayo se ha conmemorado el Día Nacional de la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad y desde Cermi Aragón hicieron público un manifiesto para reivindicar el derecho a la vivienda "asequible, accesible e inclusiva" de este colectivo. Ahora, tres ciudadanos narran su experiencia.

Alejandro García fue una de las personas encargadas de leer el manifiesto de Cermi para conmemorar el Día Nacional de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, que recuerda el día en el que la Asamblea de las Naciones Unidas ratificó una declaración para proteger los intereses de este colectivo.

Hoy en día, García, que vive con su madre, trabaja en Plena Inclusión como administrativo, un puesto que ya había desempeñado anteriormente, pero denuncia que, sobre todo cuando residía en Barcelona, apenas le ofrecían oportunidades para poder estabilizarse laboralmente y tener ingresos suficientes como para ser independiente: «Te ofrecían contratos en prácticas y no te pagaban. Y para un tiempo estaba bien pero después nunca te ofrecían un contrato normal», cuenta.

Ahora, tiene un «trabajo trabajo», es decir, que le pagan. Para él, cuenta, es una posibilidad real de conseguir ingresos por su propia cuenta y «es también una oportunidad para ver cómo es el mundo laboral y de tener contacto con otras personas», dice.

Hasta llegar al punto en el que se encuentra hoy, cuenta García, ha tenido que enfrentarse al rechazo en muchas ocasiones. «Haces una entrevista, te dicen que bien y que te contratan pero a los cinco días te llaman y te comentan que han encontrado a otra persona. En ese momento te preguntas por qué. Entiendo que habrá mucha gente con más experiencia y mejor currículum que yo, pero muchas veces genera una sensación de impotencia», relata.

En su círculo, asegura, hay muchas personas que tienen muchísimos problemas para encontrar un alquiler «bien por el tema del sueldo», ya que o no tienen o es escaso, «o bien por el trabajo en sí». «Para las personas con discapacidad (el paro) es una traba y un problema añadido. No se deberían poner tantos impedimentos y menos para acceder a una vivienda. Deberían estar adaptadas y contar con todas las facilidades», pide. 

Hacer fila sin poder ver

La pandemia ha hecho que todos nos acostumbremos a situaciones como guardar fila en la entrada de un establecimiento, pero este hecho tan cotidiano y sencillo se convierte en un palo en la rueda para personas como Sonia Fernández, que tiene una discapacidad visual.

«Con la pandemia hemos tenido muchas dificultades. Lo primero es que hemos perdido mucha relación social, porque yo por ejemplo asistía a un montón de actividades grupales en la ONCE que ya se han dejado de hacer», cuenta Fernández.

«El hacer fila en la puerta de un sitio para poder entrar para mí es bastante complicado porque yo no sé la gente que hay dentro ni la gente que hay en la cola. Una vez intentando entrar a una farmacia me echaron de malas maneras, pero es que yo no veo quien hay en la fila ni que personas hay ni cuáles deja de haber –lamenta­–. Falta un poco de comprensión por parte de la sociedad. Un poco bastante».

A día de hoy, Fernández vive con sus padres porque no tiene trabajo. Ella, afirma, se enfrenta además a una doble dificultad: ser mujer y discapacitada. «Cuesta muchísimo encontrar un empleo y si no encuentras empleo es muy complicado poder encontrar una vivienda. Sin un sueldo medianamente digno no te puedes permitir un alquiler», relata.

Más allá del coste, Fernández asegura que «muchas veces han ido a alquilar una vivienda» y los propietarios no han querido. Y luego está el asunto de la accesibilidad: «Y eso que yo soy discapacitada visual y las adaptaciones que necesito son muchas menos que las que algún compañero discapacitado físico pueda necesitar».

«Hoy pedimos que la gente vea que aunque tengamos una discapacidad tenemos una vida totalmente normal y que somos personas completamente normales», reivindica la mujer. 

Las mascarillas, una barrera más

Uno de los colectivos que más dificultades ha tenido desde la irrupción del coronavirus ha sido el de las personas sordas, puesto que la medidas para impedir la propagación del virus, como la distancia social y las mascarillas, afectan directamente a las herramientas de esta gente para comunicarse.

«Yo vivo con mi familia, que es oyente, y yo soy el único sordo. En el día a día me encuentro con muchas barreras porque en mi vivienda no tenemos las adaptaciones necesarias», explica un joven sordo, Alejandro Escolar.

Alejandro Escolar es sordo y el uso de la mascarilla ha dificultado que pueda comunicarse. EL PERIÓDICO

En su caso, cuenta, no disponer de videoportero le impide algo tan sencillo para el resto como saber quién está llamando a la puerta de su casa. «Tampoco tengo adaptación lumínica y cuando me llaman al timbre y miro por la mirilla no veo y no puedo escuchar. Tendría que haber luz para que pudiera ver», explica el joven, al que ayuda a comunicarse una intérprete de lengua de signos. «Pedimos ayudas y subvenciones para poder hacer ese tipo de adaptaciones y así, poco a poco, ir eliminando barreras», dice.

La pandemia, para este joven, ha sido un «problema muy grave». Por ejemplo, a la hora de tener que hablar con su médico, no ha podido hacerlo porque la gestión se hacía por teléfono. «Yo no me he podido comunicar. Y tampoco me han dado otros medios ni otras alternativas para poder hacerlo», asegura. 

Escolar cuenta que tampoco ha tenido acceso a plataformas inclusivas de videollamadas, por lo que no ha podido comunicarse telemáticamente cuanto todo el mundo estaba encerrado en casa. «Me he encontrado una barrera muy grande y no me he sentido feliz ni a gusto durante la pandemia», explica este joven.

Y para barrera, la mascarilla, que dificulta que las personas sordas puedan leer los labios. «Me he visto obligado a quitármela muchas veces para que me entendieran. Me pongo lejos, me la quito y vocalizo, o intento que me entiendan mediante señas. He tenido que ser muy imaginativo», afirma.