EL DRAMA DEL ASILO POLÍTICO AL OTRO LADO DEL ATLÁNTICO

Lamento nicaragüense, una historia de exilio en Zaragoza

Tres años después de exiliarse por razones políticas de Nicaragua, una mujer cuenta por qué tuvo que refugiarse en Zaragoza tras las protestas de 2018 | El país centroamericano celebra elecciones el próximo domingo en un clima de tensión sociopolítica al alza

Las manos de Maya Jiménez, que prefiere no desvelar su identidad por las represalias que podrían tomarse contra su familia en Nicaragua.

Las manos de Maya Jiménez, que prefiere no desvelar su identidad por las represalias que podrían tomarse contra su familia en Nicaragua. / Andreea Vornicu

El 7 de abril de 2018, la reserva forestal Indio Maíz, situada en pleno corazón de la selva nicaragüense, se prendió fuego ante la pasividad del gobierno liderado por Daniel Ortega y su mujer y vicepresidenta, Rosario Murillo. Más de 5.000 hectáreas de espesor verde ardieron, y las llamas no tardaron en extenderse hacia las calles nicaragüenses al aprobarse una semana después una reforma del sistema de la Seguridad Social.

Como tantos otros en aquella primavera, Maya Jiménez se manifestó para exigir un cambio. La protesta se transformó en una revuelta provocada por la represión gubernamental. La hoguera política, que se llevó por delante la vida de 600 nicaragüenses, todavía no ha sido sofocada. Las amenazas se convirtieron aquellos días en realidades cotidianas. Cuando Maya recibió las primeras, tampoco les dio importancia. Solo le decían que tuviera cuidado con eso de ser «activista», algo que turbó más a su familia que a ella misma, que continuó en las calles y barricadas levantadas en su ciudad natal.

Por su trabajo en el ámbito social y cooperativo, conocía bien lo que estaba ocurriendo a quienes eran encarcelados en el transcurso de las protestas. «Yo viví todo desde dentro, sabía lo que ocurría», cuenta Maya en un café de la zaragozana calle del Coso. Asegura que «no creíamos en la Policía», que no se respetaban los Derechos Humanos y que entrar en prisión era «algo que podía pasar». «Lo que más temía, sin embargo, era la violación», recuerda consternada.

No quiso comprobar más por sí misma. Llamó a una amiga que conservaba de su etapa de estudiante en Madrid y organizó su exilio «en tan solo 15 días». Viajó sin certezas, primero a un país de América Latina y después a Valencia. Fue atendida por el Comité Español de Ayuda al Refugiado (CEAR), donde le dijeron que era susceptible de obtener la solicitud de asilo. Obtuvo el estatus de refugiada el año pasado, cuando ya se había trasladado a Zaragoza. A la orilla del Ebro llegó por «una parienta lejana» que vivía en la ciudad y que podía ayudarla. 

Recibida "con calidez"

Dice Maya que los comienzos fueron difíciles porque estaba «sin papeles». No obstante las gentes de Zaragoza la acogieron con calidez. Piensa que se debe a las raíces del campo, que tienen como fruto algo así como un néctar solidario. «En eso se parecen mucho a los nicaragüenses, en el contacto con la tierra, en la amabilidad de sus vecinos», reconoce, evocando su pasado en el país centroamericano.

Es aquí, al recordar lo que dejó atrás, cuando algo se rompe en Maya. Lo que quedó en Nicaragua fue su familia, su vida, su memoria. Son los motivos por los que prefiere guardar el anonimato con un nombre ficticio y no desvelar su cara. Cuenta que la distancia con la Nicaragua que no visita desde hace tres años supone «un sufrimiento muy fuerte». A veces, dice, se plantea «si no hubiera sido mejor dejar que me encarcelaran». Ella pensaba que podía hablar de todo esto sin emocionarse. «Pero no lo consigo», asimila.

El próximo domingo 7 de noviembre se celebran elecciones presidenciales en Nicaragua. Los siete adversarios políticos de Daniel Ortega han sido encarcelados. ¿Cómo lo asume esta mujer? «Pues con aceptación», resume Maya. Pasará lo que tenga que pasar, pero lo que ahora le preocupa a esta joven refugiada es lo que ocurrirá después de los comicios. Teme que se agudice la desconfianza entre vecinos. Que se abra una espiral de «miedo, temor y rencor» y que las sanciones al Gobierno terminen golpeando a los ciudadanos. «Tenemos que trabajar en cerrar las heridas y restaurar Nicaragua entre hermanos», sentencia.

De momento, ella espera que se inicie una oportunidad para suturar esas heridas, todavía demasiado recientes. En esa espera, Maya construye una nueva vida en Zaragoza. «Me siento parte de ambos lugares», asevera. En Zaragoza, como tantos otros, trata de pasar el trago de su lamento nicaragüense.