El desarrollo de la infancia

Hay que enseñar a los hijos a ver porno

El acceso a la pornografía de los menores se adelanta cada vez más y esta ficción sexual se convierte en una escuela de relaciones / Los expertos abogan por abordarlo, no prohibirlo

Un usuario observa una página de cine para adultos.

Un usuario observa una página de cine para adultos. / ÁNGEL DE CASTRO

Sergio H. Valgañón

Sergio H. Valgañón

Varios informes advierten de que el acceso a la pornografía se hace hoy antes que nunca. Muchos niños se enfrentan a vídeos porno sin haber cumplido los diez años y siete de cada diez adolescentes españoles consumen porno de forma habitual. Una industria gigante, a la que no se puede poner freno, y ante la que solo queda adaptarse. 

Porque la utopía de que el porno va a desaparecer de la noche a la mañana no cabe en ninguna cabeza. Tampoco lo hace en la de Santiago Frago, director del instituto de sexología Amaltea, que avisa de que «todos los menores van a acceder al porno, aunque cuanto más tarde lo hagan será mejor». Una práctica que, recuerda el sexólogo, no llegó con la invención de internet, ya que «en todas las generaciones se ha visto porno y se ha intentado acceder antes de tiempo, por lo que no hay que asustarse».

«No debemos prohibir por decreto el consumo de pornografía», amplía Frago, que considera que el acercamiento a este tipo de productos es diferente si la familia es consciente: «Nosotros invitamos a las familias a que se acerquen a la sexualidad junto a sus hijos, para que el impacto no sea tan fuerte».

En Desmontando a la Pili, Lurdes Orellana y sus compañeras son conscientes de la influencia que la pornografía tiene en los jóvenes, con la facilidad al acceso como punto clave. «Hay que favorecer el pensamiento crítico, para que toda la sociedad entienda que son películas de ficción».

Hacer entender que lo que ven en sus ordenadores o dispositivos móviles depende de un guion y es una producción profesional sigue siendo el mayor reto de todos los colectivos. Orellana utiliza varios símiles comerciales para intentar que se comprenda: «Cuando vemos una película de acción, no pensamos en que si tuviéramos un Ferrari podríamos atravesar nuestra ciudad a 200 kilómetros por hora. Igual que cuando acaba Star Wars no pensamos que Darth Vader estará en la calle cuando salgamos. Con el porno debemos pensar lo mismo: lo que vemos en la pantalla también es fantasía». 

Los padres aragoneses también entienden el poder que tiene la pornografía en edades tan importantes en el desarrollo personal. «Creo que el problema es el contenido y la edad en la que acuden, cuando no tienen formación intelectual», detalla Nieves Burón, de Fapar. Las dificultades para que los padres controlen y conozcan los contenidos que sus hijos ven en la red también vienen marcadas por las nuevas tecnologías, «herramientas en las que también hay que formarse, en todos los ámbitos».  

Burón insiste en que hay que convencer a los hijos de que «la pornografía es una ficción, no forma parte de la realidad y que sus prácticas no se pueden trasladar a la vida real». Para la representante de Fapar, la formación es vital para ver este tipo de productos, ya que sin ella «genera ideas preconcevidas que provocarán problemas con sus futuras parejas afectivosexuales».

El contrapunto

Leo Laplaza está al frente de Virtual Real Porn, productora afincada en Zaragoza y que forma parte de la nueva ola del porno que apuesta por contenidos más afectivos y respetuosos. «El consumo de porno es el mismo que antes, lo que pasa es que internet facilita todo», asegura. 

Para Laplaza, la responsabilidad recae en la familia «porque es la que no ejerce el control necesario». Una regulación que existe en otros países de forma obligatoria: esta productora cita que Reino Unido utilizó la verificación de edad en sitios con contenido sexual, teniéndose que adaptar. En 2019 dejaron esta táctica y volvieron a apostar por la educación en institutos y colegios. 

«Desde el porno podemos educar en el sexo y en el afecto, y más cuando hay muchas charlas que no evolucionan», analiza Laplaza, que en su plantilla incluye a psicólogos y sexólogos que controlan el desarrollo de las películas. Un equipo que vigila lo que pasa, porque «fantaseamos con brutalidades, aunque seamos consicentes de que son prácticas que no podemos llevar a cabo». Advierte, incluso, de que en muchas ocasiones son sus propias actrices las que piden «ser dominadas, que ejerzan poder sobre ellas». 

«La pornografía es la excusa para no abordar un problema estructural, que es la relación que tenemos con el sexo», resume Laplaza, que anima a actuar de frente: «Hay que preguntar las dudas, conocer todos los comportamientos que existen, dejar claro que el porno no es real y educar a la ciudadanía para tener relaciones, afectivas y sexuales, sanas».