Los que no huyen del calor

Las altas temperaturas de estos días complican la situación que sufren quienes viven en la calle

En la calle 8 Un hombre pide limosna en el Coso bajo un termómetro que marca 39 grados. | ANDREEA VORNICU

En la calle 8 Un hombre pide limosna en el Coso bajo un termómetro que marca 39 grados. | ANDREEA VORNICU / a. rillo

El calor asfixiante de los últimos días en Zaragoza convierte la calle en un lugar poco recomendable casi a cualquier hora del día. Ya ni la noche concede una tregua y, cuando la temperatura por fin desciende varios grados, la vigilia es una ya una condena firme. 

Quien se lo puede permitir solo sale de casa para lo imprescindible y a quienes no les queda más remedio apuran el cáliz con estoica sudoración. Los desplazamientos cortos, cuanto más mejor. Esperas, las justas y a la sombra, por exigua que esta sea. No se puede estar de calor. Y eso lo notan también las terrazas.

Negocios afectados 8 Un hombre recoge mesas de su terraza.  | ANDREEA VORNICU

Negocios afectados 8 Un hombre recoge mesas de su terraza. | ANDREEA VORNICU / a. rillo

El aire que antes hacía acto de presencia al caer el sol sigue desaparecido y, si de pronto surge una leve brisa, causa la misma desagradable sensación inicial de la refrigeración de un coche estacionado al sol durante horas.

Preocupa la pobreza energética de quienes no disponen de aire acondicionado y tienen que andar escatimando con el tiempo de uso del ventilador. Preocupa la situación de la gente que ha de trabajar en el exterior. Pero quienes no tienen escapatoria ninguna son aquellos que viven en la calle, quienes no tienen adónde ir o solo salen de su refugio para pedir una ayuda.

Es el caso de Gabriel, un varón de mediana edad sentado en una acera a la sombra en el centro de Zaragoza. «Llevo el calor como puedo. Como estoy delgado, pues sufro menos», se consuela con una media sonrisa de amargura. Aun apartados de los rayos directos del sol, allí se suda como se respira.

El hombre, de origen rumano, viste una camiseta y un pantalón largo de chándal y sujeta una botella de agua que lleva por la mitad, con más hielo que líquido. De hecho, declina amablemente el ofrecimiento de otra botella de agua fresca: «Puedes dársela a otras personas que hay aquí a la vuelta», sugiere.

Las altas temperaturas hacen todavía más difícil permanecer en la calle y, encima, contribuyen a reducir drásticamente la presencia de peatones. «Hace mucho calor estos días. A ver si cambia pronto y viene algo de fresco», confía con resignación.

Su estancia en ese punto, de los más transitados en este agosto de calles semivacías, solo se prolongará por unas horas. Por la tarde el sol da allí de lleno y solo a última hora volverá a ser un lugar soportable. Con todo, Gabriel se considera un privilegiado porque tiene un techo donde dormir. «Estuve un tiempo en un piso compartido que era de un banco y pagábamos un alquiler pequeño, pero un día nos dijeron que o lo comprábamos o debíamos irnos y tuvimos que dejarlo», explica.

Ahora duerme en un local. «No está habilitado para vivir, aunque tiene de todo. Eso sí, por la noche es horrible el calor que hace», confiesa. Lo comparte con otro compañero que a veces le ayuda con su parte del alquiler. «Por allí hay más locales como el nuestro; es una zona donde vive gente de toda la vida que no nos pone problema», aclara.

En la acera, junto a él, un cartel informa a los transeúntes de su pericia pintando y barnizando casas. «Aquí estoy bien, los dueños de los locales de al lado y la gente de la zona me conocen y me ayudan», comparte. Y algo de eso hay porque en pocos minutos varias personas se acercan a saludarlo. Como una mujer que, acompañada de su nieto, le entrega 20 euros. «Estuve trabajando en un pueblo de aquí cerca en la reforma de la casa de la madre de esta señora, que tenía 94 años y falleció hace poco. Y mira, todavía se acuerdan», comenta tras una pausa de discreción.

Poco después intercambia el saludo con un señor mayor que viene de comprar el pan. Buenos días, Gabriel. ¿Cómo vas? Con este calor te voy a tener que regalar un abanico», le dice con sorna. «¿Viste el partido de las chicas?, le devuelve éste la pelota.

En su rostro todavía resultabien visible una cicatriz en el párpado izquierdo. «Me caí de varios metros de altura en un trabajo. Seis puntos me dieron», explica. Achaca su situación a la pérdida reciente de su cartera en un autobús y dice que hasta la cita de septiembre para renovar el NIE le ponen problemas para trabajar con contrato. No aclara cuánto lleva así, aunque la última imagen de Google Maps, de marzo de este año, ya lo sitúa allí. Entonces llevaba una chaquetilla que ahora no necesita. H