La España de los centenarios | Juanjo Sánchez Gracia

"Sin cachondeo estás perdido en la vida"

Nació en 1923, en Zaragoza, y después de tantas primaveras, hay un hecho que sigue recordando como un antes y un después en su trayectoria: la guerra civil 

ESPECIAL MULTIMEDIA | La España de los centenarios

Juanjo Sánchez, con una fotografía de él mismo en su juventud.

Juanjo Sánchez, con una fotografía de él mismo en su juventud. / Miguel Ángel Gracia

Iván Trigo

Iván Trigo

El pasado 5 de mayo, Juanjo Sánchez Gracia cumplió 101 años. Nació en 1923, en Zaragoza, y después de tantas primaveras, hay un hecho que sigue recordando como un antes y un después en su trayectoria: la guerra civil española.

Con solo 14 años estuvo combatiendo en Belchite. “Ahí pensaba que todo se acababa. Entonces no me podía imaginar que iba a vivir tanto. Cuando mis padres me reclamaron me acuerdo que cruzamos el frente empujando un camión y con las luces apagadas para no desvelar nuestra posición. Llegamos sanos y salvos”, cuenta. 

Entonces, con 14 años, comenzó de nuevo su vida. Juanjo sobrevivió a la barbarie de la guerra, aunque durante la conversación son varias las veces en las que la memoria le reconduce a aquellos años. Hoy Juanjo es un hombre alegre y con la memoria intacta aunque confiesa que, a sus 101 años, piensa en la muerte “todos los días”. No lo dice con tristeza. Su mujer le mira sonriente. “El otro día va y dice que si llamamos a los de botón (el servicio de ayuda a domicilio) para que nos pusiera una inyección a los dos y morirnos a la vez. Yo ya le he dicho que no pienso morirme aún”, comenta ella, Palmira Martín Jordán, que se declara profundamente enamorada de su marido. “Eso sí, dormimos en camas separadas”, cuenta ella. “Me tiene miedo”, dice él. “Por la noche me saca la manita y me agarra. Se quiere asegurar de que estamos siempre uno al lado del otro”, añade la mujer.

Pero la actitud vital de Juanjo no es ni mucho menos la que se podría deducir tras presenciar esta conversación familiar. No es un hombre apesadumbrado. “En realidad pienso vivir hasta los 133 años, aunque sea por jorobar a los demás”, comenta en tono jocoso. “Me jorobarás a mí”, matiza su mujer. Y ríen.

Después de la guerra, Juanjo comenzó a trabajar en la planta de Tudor en Zaragoza. Y allí estuvo 40 años hasta que se jubiló con 61 años. “Primero fui peón y luego jefe de taller”. Su vida laboral le legó dos cicatrices: a Juanjo le falta un dedo de cada mano.

Gracias a su puesto en la fábrica le quedó una “buena paga”. “Eso es lo esencial, si te quedan dos pesetas te mueres de hambre”, apunta. A los 61 y jubilado se mudó a Cadrete con su mujer, un pueblo del área metropolitana de Zaragoza. Con sus manos construyó un chalet que se convirtió en el hogar familiar. Allí han vivido desde entonces junto a su hija Begoña y su yerno.

En su vida Juanjo se arrepiente de pocas cosas. “Lo que más he sentido es que mi hija no haya estudiado”, dice. Si hubiera tenido la posibilidad, a él le hubiera gustado estudiar Ingeniería Industrial, “pero no tenía un duro” y, sin dinero, todo es menos fácil. También intentó montar con sus hermanos un taller de somieres. “Pero fracasamos porque para eso también hacen falta perras”.

Juanjo y Palmira, una pareja enamorada.

Juanjo y Palmira, una pareja enamorada. / El Periódico de Aragón

Mientras habla de dinero, a Juanjo se le enciende la bombilla y recuerda algo: “Todavía me debes mil pesetas –le reprocha con sorna a su mujer-. No te las voy a perdonar”, ríe. “Es que es un poco rancia”, apostilla entre risas.

¿El secreto de una vida larga?: “No he fumado nunca. Y alcohol, solo el vasico de vino con las comidas”, declara. “También es importante no tomárselo todo en serio. El cachondeo es importante, sino estás perdido”, una máxima que él aplicó incluso cuando estuvo ingresado después de sufrir un ictus poco después de jubilarse.

Juanjo es padre, abuelo y bisabuelo, pero a sus 101 no ha querido dejar atrás su faceta de hijo. “Recuerdo perfectamente cuando me enteré de la muerte de mi madre. Tenía 17 años. Estaba mala en la cama, pero ella me dijo que me fuera con mis amigos al fútbol. Jugaba el Barcelona aquí, en el campo de Torrero. Les ganamos 3-2 y cuando estábamos ya en la calle me encontré a mi hermano. Me miró y me preguntó qué estaba haciendo allí si mamá acababa de morir. Pasé un rato malísimo. Yo era el pequeño de siete hermanos y ella me confesó que no fui un hijo buscado pero que era al que más quería. Esas palabras las he llevado siempre en el corazón”, narra tocándose el pecho.