El Periódico de Aragón

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ARTE

El Visor de Chus Tudelilla: Aragón, que no sabe buscar, perdió a Barradas

La pastora Simona Laínez, con la que contrajo matrimonio en 1915, le rescató en Lechago de su viaje a pie entre Barcelona y Madrid

Fragmento de 'La niña de la muñeca', de Barradas, de 1922. EL PERIÓDICO

A Zaragoza llegó enfermo en diciembre de 1914. El viaje a pie que Rafael Barradas (Montevideo, 1890-1929) emprendió desde Barcelona a Madrid lo dejó exhausto en la carretera de Alcañiz a la altura, según se cuenta, de Lechago, municipio de Teruel, donde fue atendido por la pastora Simona Laínez con quien contrajo matrimonio en Zaragoza, en abril de 1915. 

Los cuidados de Simona, el Pilar de Barradas que siempre la llamó por ese nombre, y de las monjas de Santa Ana del Hospital Provincial de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza fortalecieron la salud quebrantada del pintor que, en el mes de junio, presentó dos de sus cuadros en La Veneciana. Muy pronto Zaragoza tomó posición: los barradistas contagiados del entusiasmo y singularidad de sus obras y proyectos, y los antibarradistas, perplejos ante la rebeldía y novedad de unos cuadros que no entendían. Sucedió lo inevitable, que la pobreza cultural de una ciudad que se quiere de provincias acabó echando a uno de los «rutilantes meteoros de la Tierra», como le calificó Ángel Abella. En febrero de 1916 Rafael Barradas y Simona Laínez, Pilar, salieron de Zaragoza con destino a Barcelona. 

En su segunda estancia en Barcelona, Barradas estrechó amistad con los aragoneses Gil Bel y Felipe Alaiz, conoció al galerista Dalmau, al editor Salvat-Papasseit y al artista Torres-García que quedó fascinado por su extraordinaria movilidad expresiva, «acudiendo siempre al lápiz para completar su argumentación, conversación interminable»; que «no era un hombre sano», se veía enseguida. El espíritu nómada de Barradas, siempre aliado con su querencia por conocer todo lo nuevo, le aconsejó instalarse en Madrid a mediados de 1918, adonde llevó su experiencia con la vanguardia catalana; pronto se convirtió en asiduo de las tertulias ultraístas y portavoz de la suya propia en el Gran Café Social de Oriente, donde se reunían los colaboradores de la revista Alfar, los alfareros.

Escenógrafo para Gregorio Martínez Sierra

El círculo de amistades se fue ampliando a Ramón Gómez de la Serna, Manuel Abril, José Francés, Ortega y Gasset, Pepín Bello, Dalí, Buñuel, Lorca, Maroto, Benjamín Jarnés, Alberto, o Guillermo de Torre, a quien conocía desde los tiempos de la revista Paraninfo de Zaragoza. A través de Francés, Barradas trabajó como escenógrafo para el empresario teatral Gregorio Martínez Sierra, una tarea que hubo de compatibilizar con sus numerosas colaboraciones en las revistas ultraístas y con las exposiciones de sus obras, en las que se advierte la incesante búsqueda de nuevas emociones que el artista quiso traducir con diferentes lenguajes acordes con aquello que desea expresar en cada momento.

La pobreza cultural de una ciudad que se quiere de provincias acabó echando a uno de los «rutilantes meteoros de la Tierra», como le calificó Ángel Abella

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«Barradas pinta a todas horas y teoriza sin cesar. (...) A cada nueva semana, Barradas, gran trabajador, ha encontrado en los lienzos nuevas emociones y se le han despertado en la cabeza nuevos torbellinos de pensamientos y de doctrinas acerca del arte y de la estética. Barradas entonces, después de haber pintado mucho y bien, se inventa un nombre, un nombre que equivale a una doctrina. Tal vez esa doctrina no pueda ser expuesta con excesiva claridad ni difundida con argumentos de filosofía sistemática, pero, dentro del caótico divagar teórico de Barradas, habrá un atisbo de sensibilidad husmeadora y, en las obras que promovieron ese caos, habrá seguramente, desde luego, un acierto de artista y de pintor. Así ha pertenecido Barradas al vibracionismo, al simultaneismo, al cubismo, al planismo, al expresionismo, al clownismo y ahora está a punto de pertenecer al faquirismo», quiso aclarar Manuel Abril en su artículo sobre al arte de Barradas en el nº 27 de la Revista de Casa América-Galicia, futura Alfar, en marzo de 1923.

Fragmento de 'Mi sobrino Calixto', obra de 1923. EL PERIÓDICO

Para entonces, el dinamismo de los cuadros vibracionistas de Barradas había cedido ante una obra más sosegada, aunque solo en apariencia. Mejor ceder la palabra a Barradas que siempre explicó muy bien su sentir vital y estético: «... Ahora estoy menos turbulento, aunque más realmente atormentado, más dolorido y más hondo. La vida me ha castigado, se ha hartado de descargar latigazos sobre mi cuello y crin de potro indómito... Observe mis últimos partos. Esta materia, estas cosas pobres, tan grandes en su simplicidad, en las paredes lisas, en sus pardos interiores...». Se refería Barradas a las obras que presentó en la colectiva celebrada en el Ateneo de Madrid, en diciembre de 1922. Todo había cambiado. Al igual que el Ultraísmo perdía vitalidad, Barradas se sentía agotado física y emocionalmente. Y de nuevo su Pilar, Simona Laínez, dispuso que Luco de Jiloca, el pueblo de su padre, era el mejor lugar para descansar.

Verano de 1923 en Luco de Jiloca

El verano de 1923 lo pasó Barradas en Luco con su mujer y la familia. Le visitaron Gil Bel y Benjamín Jarnés, hermano del párroco de Olalla, mosén Pedro, que Barradas incorporó a la galería de retratos de aquel tiempo de convalecencia. Las revistas Ronsel y Alfar acogieron en sus páginas a los habitantes de Luco y Olalla, convertidos para siempre en la expresión de un nuevo lenguaje que se dio en llamar «retorno al orden» cuyo iniciador, en opinión de Eugenio Carmona, fue Barradas; si bien, señala, cabe advertir un registro clasicista en esos dibujos ausente en las obras de su última exposición en el Ateneo, pues, como sostiene, Barradas nunca buscó la reconciliación con la tradición ni quiso mirar al pasado a excepción de en los dibujos de Luco y en dos pinturas: el Retrato de Gil Bel (1924) y su único Autorretrato (1923-1924). En el nº 1 de la Revista de Occidente Eugenio d’Ors atendió a la verticalidad casi hostil de las mozas baturras cuyos retratos semejaban bodegones en las obras de Barradas; cuerpos sin alusiones anatómicas y vacíos sus ojos de pupilas, como las estaturas griegas, «pero no con designio ahora de darles una hermosura genérica, sino de reducirlas a los elementos, más fijos, de una austera plástica...». Mujeres y hombres de rasgos esenciales e intemporales que compusieron la serie de Los Magníficos, habitantes de la España de la Trapería, la llamó Barradas, distante de la España espectacular de Zuloaga y de la España negra de Solana, al decir de Valentín de Pedro.

Barradas nunca buscó la reconciliación con la tradición ni quiso mirar al pasado a excepción de en los dibujos de Luco y en dos pinturas

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El 11 de septiembre de 1923 Barradas escribió a Jarnés desde Luco. Mandaba saludos para los amigos y le expresaba su deseo de regresar a Madrid, que se retrasaría a los primeros meses de 1924. En 1926 cambio de residencia a Hospitalet de Llobregat, donde recibió a los personajes más destacados del arte y de la cultura en la tertulia del Ateneillo de Hospitalet que organizó en su domicilio. En noviembre de 1928 Barradas regresó a Montevideo contento por la compra de dos pinturas para el Museo Nacional de Uruguay y esperanzado ante las operaciones previstas de intestino y garganta, según contó a Torres-García. El 15 de febrero de 1929, una breve nota inserta en La Voz de Aragón informaba del fallecimiento de Rafael Barradas. Al mes siguiente, Gil Bel volvió a recordar al amigo en La Gaceta Literaria, lamentándose de la escasa repercusión que la muerte del artista había tenido en Zaragoza, ciudad a la que no regresó después del disgusto de su exposición en el Lawn-Tennis Club en 1915, aunque sí lo hizo a Luco, donde encontró «una de sus últimas expresiones». Habían pasado los años «y Aragón, que no sabe buscar, lo perdió».  

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