MÚSICA AL RASO

Crítica de Javier Losilla del concierto de Fatoumata Diawara: La verbena de la gran hechicera

Fatoumata Diawara, en el concierto del viernes en la plaza San Bruno de Zaragoza.

Fatoumata Diawara, en el concierto del viernes en la plaza San Bruno de Zaragoza. / ANDREEA VORNICU

Javier Losilla

Javier Losilla

Fatoumata Diawara es, además de actriz, una de las cantantes más brillantes de lo que podríamos llamar la penúltima generación de artistas de Malí. Ocupada en asuntos varios, a sus 40 años la discografía que ofrece es discreta en número de álbumes, pero gozosa en contenido. Además, su manejo de la escena es irrefutable: no solo canta; también toca la guitarra, baila y se mueve como una hechicera en uno de los grandes rituales africanos. Todo bien hasta aquí.

El viernes, Fatoumata actuó en la zaragozana plaza de San Bruno, dentro de la notabilísima programación veraniega municipal Al Raso, y, lamentablemente, no pudimos disfrutar (cuando menos el que esto escribe) de sus muchas virtudes como artista. Llegó con un grupo formado por dos músicos africanos y dos españoles, uno de ellos, argentino residente en Barcelona (tal vez contratados solo para su gira por nuestro país). Los primeros manejaron batería y guitarra; los segundos se encargaron del bajo y de los teclados. Llegó con ganas de agradar a un público dispuesto a escucharla y a pasarlo bien. Y lo pasó, no cabe duda. Claro que para eso también pasó, pero por alto, detalles que convirtieron en una actuación regulera lo que podía haber sido un gran concierto. Falló el sonido, embarullado y con la voz de Fatoumata muy en segundo plano (probablemente su técnico desconocía la respuesta acústica de la plaza de San Bruno, y no llegó a cuajar el concepto musical del espectáculo, algo que la cantante sí tiene clarísimo en los discos.

Fatoumata Diawara ha demostrado que puede hacer conciertos con más enjundia

Daba la impresión de que Fatoumata hacía su propio show y los músicos rellenaban según les convenía. En unas ocasiones primaba lo africano, aunque sin brillo ni emoción; en otras, diríase que estábamos ante unos émulos de Mi rollo es el rock, de Barón Rojo. Mucha dispersión. El batería (de gran pegada) y el guitarrista (más dado a las figuras recorriendo el mástil que al sentido último de la canción) llevaron el peso de lo que finalmente resultó ser una especie de verbena africana. A ver: nada tengo contra esa manifestación musical tan popular, pero Fatoumata ha demostrado que puede hacer conciertos con más enjundia.

Abandonamos la plaza de San Bruno como si en vez de la negritud de Diawara hubiéramos asistido a una representación doméstica de Blanca Nieves

Así las cosas, en un programa armado principalmente con piezas de Fenfo, su álbum de 2018 (no incluyó en el repertorio ni una canción de Maliba, su disco más reciente) destacó Negue, en clave afrobeat, y Sinnerman, que Nina Simone llevó en su día a las cumbres de la interpretación. También hubo composiciones como Don Do, Kokoro, Ou y’an ye, Kanou Dan YenMuy al final mejoró algo el sonido, justo a tiempo para que Fatoumata, que durante la actuación rindió tributo a cantantes como Miriam Makeba y Angélique Kidjo y habló largamente de África, sus problemas y su potencial, se montara un largo bis con el que invitó al público a realizar un baile que era lo más parecido a una tabla (de las antiguas) de gimnasia. Y así, tonificados por el meneo, abandonamos la plaza de San Bruno como si en vez de la negritud de Diawara hubiéramos asistido a una representación doméstica de Blanca Nieves. Tralarí, tralará…

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