Opinión

Guardando las distancias: Un termómetro mal calibrado

La existencia de grandes centros culturales en España es un grave problema

‘El funeral’ de Che y Moche es una de sus obras más exitosas.

‘El funeral’ de Che y Moche es una de sus obras más exitosas. / Teatro Che y Moche

Daniel Monserrat

Daniel Monserrat

Los Premios Max, los de las artes escénicas que organiza la SGAE, ya saben, acaban de desvelar sus candidaturas (las nominaciones serán el siguiente paso) esta misma semana. Y como supongo que habrán supuesto ya que no han ocupado apenas espacio en los medios de la comunidad, no hay ningún aragonés en la lista. Lo raro o lo problemático es que ya no nos sorprende y eso que para ser sinceros, en los últimos años en esta fase de candidaturas siempre había representación aragonesa e incluso no conviene olvidar el éxito de 'Con lo bien que estábamos. Ferretería Esteban' que, con Jorge Usón y Carmen Barrantes, llegaron a conseguir dos manzanitas con las que se premian a los ganadores de los Max en la gala celebrada en Bilbao.

No quiero que se me entienda mal y por eso voy a ser directo, no creo que en Aragón se haga mal teatro, mala danza o mal circo o que no se esté en la vanguardia de muchas de las tendencias que ahora se están imponiendo en el mercado. El problema es más sencillo (y, a la vez, mucho más complejo) de lo que parece. La realidad es que los espectáculos que no pasan por los (grandes) escenarios de Madrid y Barcelona tienen muy complicado optar ya no a ser nominados a cualquier premio (que también) sino ser conocidos más allá de su ámbito habitual.

No descubro nada si digo, por ejemplo, que tanto Teatro del Temple como Teatro Che y Moche sí recorren la geografía española, que Arbolé o los Titiriteros de Binéfar (con un Premio Nacional en su haber) son reconocidos en lugares recónditos o que Tranvía Teatro (con Teatro de la Estación) está en los mejores redes alternativas y de colaboración con otros muchos lugares... pero es evidente que si no están en los grandes centros culturales de España sus posibilidades son mínimas.

Y eso, se mire como se mire es un gran problema. Para la diversidad cultural de un país (que es tan necesaria como muchas veces pisoteada), para la propia creación cultural que claro que necesita reconocimientos para conseguir más estímulos, y, sobre todo, para el futuro de unos creadores que necesitan saber que hay futuro para lo que hacen. Y este no solo pasa por estar en las carteleras de tu lugar de origen, cada vez es más necesario cruzar fronteras.

Un problema sencillo, pero complejo

Por eso decía que el problema es sencillo (porque está correctamente identificado), pero a la vez complejo. La solución, desde luego, no parece cercana. Estamos en un sector cuyas instituciones autonómicas tienen transferidas la mayoría de las competencias y eso que repercute en beneficios para los creadores porque la interlocución es más directa para sus necesidades, puede generar un cierto desentendimiento del ministerio para tratar de solventar el problema de estos epicentros culturales que lo absorben todo. Tampoco hay que dejar de lado que, contrariamente a lo que pueda parecer dado la proliferación de escenarios que hay en Madrid y Barcelona, el acceso a los mismos no es tan sencillo porque la mayoría son de iniciativa privada. Y ahí, obviamente, el empresario decide lo que programa.

Este 2023, Aragón (Zaragoza, no hay que olvidarlo, llegó a acoger una gala de estos premios) no tiene ninguna candidatura a los Premios Max, pero la reflexión debe ir un punto más allá y preguntarse en voz alta de quién puede ser la responsabilidad. Yo no tengo ningún rubor en decir que las artes escénicas aragonesas pasan por uno de los mejores momentos de su historia.

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