LIBROS

Crítica de 'Noticias del otro lado': La tormenta perfecta

Lorenzo Rodríguez Garrido es el autor del poemario publicado por Reino de Cordelia

El escritor Lorenzo Rodríguez Garrido.

El escritor Lorenzo Rodríguez Garrido. / M. VALENZUELA

Javier Lahoz

Conocí a Lorenzo Rodríguez Garrido hace muchos años a través del también escritor Juan Laborda. Lorenzo es una de esas personas que llegan a tu vida para quedarse porque su sola presencia te arregla el día. Lo intuí al principio y se confirmó de inmediato. Forma parte del equipo de la editorial Nocturna, y sabe de libros como el que más. Su memoria retiene títulos, personajes y argumentos que pertenecen a épocas dispares y que suponen imprescindibles referentes. Alude a ellos como si nada, están en su imaginario y se alojan en su interior. La literatura, al igual que le ocurre a él, también llega para quedarse en las existencias ajenas, y Lorenzo, como buen anfitrión, siempre la recibe con los brazos abiertos. Dice que plantearse la redacción de una novela le exige demasiada entrega pero estoy seguro de que goza de recursos suficientes, de humor fino y sugerente, de anécdotas prodigiosas y de protagonistas entusiastas, a veces héroes, a veces antihéroes, que harían las delicias de cualquier lector exigente.

De momento toca disfrutar a lo grande de su poemario, 'Noticias del otro lado', publicado recientemente por la editorial Reino de Cordelia, otra de esas ediciones impecables a las que nos tiene acostumbrados Jesús Egido. Amor o desamor, desamparo y protección, soledad y compañía, una mirada limpia sobre lo cotidiano que a menudo queda empañada por las turbulencias que emergen en cada jornada que se nos presentaba rutinaria y que esconde mil y un matices. Lorenzo juega con las metáforas y se permite que sean las metáforas las que jueguen con él. Palabras que rompen con lo que significan para adoptar otro cuerpo y otra alma, como si lo concreto y lo abstracto se fundieran y dieran paso a un híbrido enternecedor.

Huida de las estridencias y academicismos

No son poemas escritos en orden, circunstancia que se aclara en la nota final. Bailan a lo largo de los años, en los que las emociones recorren laberintos y atraviesan muros. Por donde antes ni siquiera lograba pasar un haz de luz, ahora incluso se cuela el viento. Se siente el frío cuando las palabras se escurren de los labios a punto de vagar por el espacio. El lector respira esa corriente que podría transportarle si se animara a cerrar los ojos, extender los brazos y olvidarse de la quietud que, aliada con el silencio, es la que pone orden en la habitación. El autor suspira por esas ausencias, la de ella, la de sí mismo, que se torna inevitable cuando se trata de contar mucho con poco, cuando las pausas mandan y la reflexión pide sitio. Y lo hace con humor, dándole al dolor un rincón que le obligue a estar presente, pero sin demasías.

Lorenzo Rodríguez Garrido huye de las estridencias y de los academicismos. Su verso es libre, nada que ver con los clásicos que nos tocaba estudiar en el colegio con sabor a pareado. Por no hablar de aquellos sonetos que había que recitar con la mirada perdida en el infinito, evitando clavarla en los ojos escrutadores de los demás alumnos. Fue para él un gran privilegio saber que existían las frases construidas a imagen y semejanza de quien las construye. Valiéndose de ello, se decanta por la brevedad y la concisión. Por la simplicidad, nada que ver con la simpleza. Es hombre de pocas palabras. Es hombre de palabras bien escogidas y bien dichas. De ajustarse al guion de la vida. De recordar a los que no están. De repartir generosidad con los que todavía estamos. De conseguir que sus sonrisas generen sonrisas. Me gustaría permanecer impávido durante unos instantes tras haber empezado a leer sus páginas, pero sigo, porque ni siquiera las comas furtivas me avisan de que haya de invadirme un desconcierto.

Serenidad de la poesía

La serenidad de la poesía. Por mucha crudeza que encierre, hay serenidad en la poesía. Más aún cuando encierra un mundo personal que en absoluto pretendía estrechar distancias con el público. Quizás sea cierto que sean noticias del otro lado, de ese que nos niega la ternura, que nos aboca al peor de los silencios, que nos otorga conceptos que jamás creímos que habrían de pertenecernos. Nada de eso impide que prevalezca la serenidad de la poesía. Cada alusión al trabajo, a los viajes, a las rutinas encierran calidez. Lo inmaterial adquiere consistencia.

Hay que sumergirse en este pequeño libro que se lee con delectación. Con él se asoma la certeza de que, al igual que pasa con Lorenzo Rodríguez Garrido, se va a quedar a formar parte de cada uno de nosotros porque también sus líneas nos van a arreglar el día.