MÚSICA

Crítica de Javier Losilla del concierto de Clara Peya: El gozoso camino de la imperfección

La artista catalana actuó el miércoles en el Teatro de las Esquinas dentro del ciclo En vivo con ellas

Clara Peya durante el concierto que ofreció en el Teatro de las Esquinas de Zaragoza.

Clara Peya durante el concierto que ofreció en el Teatro de las Esquinas de Zaragoza. / ROSA CERVANTES

Javier Losilla

Javier Losilla

Aunque Clara Peya (Palafrugell, 1986) podría pasar en ocasiones por una mística del siglo XXI, su relación espiritual con la música y con el mundo transita en distinta dirección a la de Teresa de Jesús, la gran mística del Renacimiento. Mientras Teresa promovió el 'Camino de perfección', Clara proclama la imperfección como concepto necesario para el desarrollo de sus canciones, ya que, consideradas perfectas, perderían su capacidad de crecer, de engrandecerse, de desarrollarse. O sea, una especie de 'work in progress' perpetuo en el que las composiciones nunca terminan su recorrido ni su construcción definitiva, incluso cuando ya han sido registradas en disco. En ese sentido su trabajo no difiere mucho del de Dylan, quien en cada concierto reformula sus canciones dándoles nuevos timbres y colores.

Clara es una pianista perturbadora y vibrante, y una compositora inspirada. No canta, pero pone letras a sus músicas, que otros y otras interpretan. Su disco más reciente, 'Corsé', es un agitador paradigma de esa manera de hacer. Pero Clara, además de presentar espectáculos acompañada por otros músicos y voces diversas, ofrece conciertos en solitario armada con el piano y unos sintetizadores modulares que pespuntean con sonidos varios las creaciones que realiza con las 88 teclas. Así actuó el miércoles en Zaragoza, en el Teatro de las Esquinas, abriendo el interesante y breve ciclo En vivo con ellas.

Clasicismo, de la música contemporánea, del rock y del jazz

Los sintetizadores modulares, analógicos ellos, le dieron no pocos problemas (en ocasiones, en momentos clave del concierto); pero no fue tan dura la rebelión tecnológica como para no poder apreciar sus intenciones creativas y su talento. Presentó un programa de piezas inéditas que configuraron una actuación en la que el claroscuro convivió con el fulgor. Un conjunto de composiciones que recogen ecos del Barroco, del Clasicismo, de la música contemporánea, del rock y del jazz.

Pero ya digo, no todas las piezas brillaron con igual intensidad, y desde luego no fue por la ausencia de técnica, pues la de Clara Peya es impecable. Ocurre, creo, que mientras que algunas canciones despiden brío y profundidad (ojo no se confunda esto con ritmos acentuados), otras se muestran dispersas y remolonas: como si en ausencia de un desarrollo claro dieran vueltas sobre sí mismas en un rango tonal corto. Así que de esa guisa transcurrió la velada: balanceándonos entre deslumbrantes fogonazos musicales y escrituras sonoras de perfil más bajo. Con todo, ni ese detalle, ni la mencionada rebelión sintetizada pudieron ocultar que estábamos viendo y escuchando a una artista singular. Balzac nos recordó que "hay perfecciones irritantes"; de ahí que prefiramos la gozosa imperfección de Clara Peya.

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