MÚSICA

Los discos de Javier Losilla: Soy tu sobredosis, la mujer que nada conoces

La paráfrasis (más o menos) de una estrofa de la canción 'Mujer', de Mon Laferte, da paso a seis trabajos de artistas femeninas

Chelsea Wolfe ha facturado un nuevo disco que es difícil que deje indiferente al escuchador.

Chelsea Wolfe ha facturado un nuevo disco que es difícil que deje indiferente al escuchador. / EL PERIÓDICO

Javier Losilla

Javier Losilla

La paráfrasis (más o menos) de una estrofa de la canción 'Mujer', de Mon Laferte, da paso a seis trabajos de artistas femeninas. Ellas llevan con brío la voz cantante. 

La norteamericana Chelsea Wolfe ha facturado un nuevo disco que es difícil que deje indiferente al escuchador: 'She Reaches Out To She Reaches Out To She' (Lomavista / Music As Usual). Afirmo sin ambages que es un álbum catártico en el que las guitarras doom metal se enredan con la electrónica, el trip-hop, lo gótico, el postpunk y unas gotas de folk. Tiene una voz espléndida que maneja con talento adaptándola a las exigencias de cada pieza, no importa si esta rezuma ritmo y tralla o sensualidad y cadencia. Con una producción notabilísima de David Andrew Sitek, las canciones de 'She Reaches Out To She Reaches Out To She' están brillantemente construidas y desarrolladas con no menos esplendor: cambios de tempo y de registros en la misma línea temporal, juego de opuestos, enlaces. Intensidad brutal, vaya. «Sal, en nuestros recuerdos / la sal marca un mapa de tu existencia / sal, en el alfeizar, sal, en el mar».

Diez años después de su disco 'Vengo', la franco-chilena afincada en Barcelona Ana Tijoux regresa con 'Vida' (Victoria / Altafonte). Omar, Talib Kweli, iLe, Pablo Chill-E y Estela Carlotto, una de las abuelas de la plaza de mayo, participan en una apuesta que no solo rompe las costuras del hip hop; crea un cosmos personal, único y vibrante de rapeados y cantados armados con estructuras de jazz-soul, tropicalismo, electro-pop y su pizquita de reguetón. Un disco luminoso, pese a que su autora, madre de dos hijos, ha sufrido la muerte de personas cercanas, su hermana entre ellas. Ana, en la cumbre. 

Natascha Rogers y Marika Hackman

Natascha Rogers es holandesa, de madre de los Países Bajos, y de padre con orígenes amerindios. Lo suyo es el piano, la voz y los tambores, que marcan, con algún añadido puntual de teclados y guitarra, la pauta de 'Onaida' (No Format!). Canta en inglés, español y yoruba hermosas composiciones que tratan de la mujer, de la santería, de la tierra, de la mitología. Un conjunto de canciones de tonalidades y colaraturas diversas, que conforman un gozoso y necesario viaje iniciático.

Dice Marika Hackman que 'Big Sigh' (Chrysalis), su disco más reciente, es su propuesta más oscura. Marika está de vuelta cinco años después de que facturase Any Human Friend. El confinamiento le produjo ansiedad y presión, y tal vez por eso 'Big Sigh' resulta introspectivo e intimista. En él la artista de Hampshire toca todos los instrumentos, a excepción de los metales y las cuerdas. Formalmente armado con cambios estilísticos con sentido y textos algo crípticos, combina las orquestaciones con acústicos con guitarra y voz, caso de 'The Yellow Mile'.

Anastasia Kobekina y Sarah Jarosz

«Venecia equívoca», llamó Arthur Rimbaud a la ciudad de los canales. La chelista rusa Anastasia Kobekina tal vez no vea el equívoco veneciano, pero sí ha visto un paisaje sonoro confeccionado con los hilos dorados de la diversidad. 'Venecia' (Sony Classic) es su disco de debut, donde está acompañada por la Orquesta de Cámara de Basilea. En él pinta un fresco musical con partituras de Monteverdi, Vivaldi, John Dowland, Bach, Caroline Shaw, Fauré, Nino Rota y Brian Eno, entre otros. Del Renacimiento al siglo XX, pasando por el Barroco (Vivaldi era veneciano) y por una pieza de su padre ('El lamento de Ariadna'), un arreglo de una escritura de Monteverdi. En su estreno, Kobekina no ha querido reafirmar su papel de solista, sino mostrar la calidad de su interpretación dentro del conjunto instrumental, pero esa decisión no oculta el hecho de que desprende musicalidad, rotundidad, brillo, ataque y sinuosidad. Sus códigos muestran un ADN propio, y su acercamiento a épocas diferentes y a intenciones musicales también distintas expone un extraordinaria sensibilidad artística.

Sarah Jarosz, de Austin, Texas, 32 años, es una luminaria de la música de raíz norteamericana. Con 'Polaroid Lovers' (Rounder) su séptimo álbum, ha buscado marcar distancias con lo acústico y lo íntimo, y se ha liado a componer con un grupo de colegas, entre ellos Daniel Tashian, quien también firma la producción del álbum. «No es un camino fácil decir lo que quiere decir», advierte en una de las canciones, una especie de cura en salud ante la posible respuesta de sus seguidores más canónicos. 'Polaroid Lovers' no rompe la pana (o cuando menos yo no aprecio el jirón), pero entre lo viejo y lo nuevo consigue que destaquen piezas como 'Runaway Train', 'Dying Ember', 'Talk The High Road' y la muy fronteriza 'Mezcal And Lime'. Pues eso, oigan, que escuchen y elijan. 

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