ENTENDER+ CON LA HISTORIA

Las barras de Aragón en el Partenón

Durante un tiempo, el Señal Real del rey Pedro IV ondeó en la Acrópolis ateniense

El Partenón de Atenas.

El Partenón de Atenas. / EL PERIÓDICO

Sergio Martínez Gil

Sergio Martínez Gil

El mayor emblema arquitectónico de lo que fue la Antigua Grecia y lo que esta ha representado en la cultura occidental y especialmente europea, seguramente sea el Partenón de la Acrópolis de Atenas. Un lugar erigido en el siglo V a.C. para mostrar el enorme poder que llegó a atesorar esa Atenas triunfante, líder de una poderosa alianza, la Liga Delio-Ática, creada para luchar contra la amenaza persa tras las Guerras Médicas pero que se acabó convirtiendo en un instrumento al servicio del poder ateniense, de su democracia, y también de su propia tiranía. Por eso, es lógico que muchísimos siglos después, cuando el rey de Aragón Pedro IV el Ceremonioso consiguió hacerse con la soberanía de dicho territorio, diera a este un trato especial. Y más un monarca como él, astuto, de una gran inteligencia política y poseedor de una vasta cultura, siendo un gran amante de la Historia Antigua. ¿Pero cómo llegó a dominar aquellos lejanos territorios que fueron los ducados de Atenas y Neopatria?

Esta historia nos lleva a inicios del siglo XIII, cuando la Cuarta Cruzada, que supuestamente iba dirigida para intentar volver a conquistar los Santos Lugares, acabó haciendo una parada en Constantinopla (actual Estambul), capital del Imperio bizantino, atacándola y saqueando todo lo que pudieron. Y es que, aunque eran cristianos como los cruzados, el Imperio bizantino no era católico sino ortodoxo, así como el principal polo comercial del Mediterráneo. Por ello había mucho interés por controlarlo y eso es lo que hicieron. Al menos por un tiempo.

El Imperio quedó disgregado durante media centuria, y aunque finalmente los emperadores bizantinos pudieron llegar a retomar su trono en Constantinopla, este imperio nunca volvió a ser ni la sombra de lo que fue. De hecho, buena parte de sus dominios en los Balcanes quedaron divididos en territorios más pequeños dominados por nobles franceses como fue el caso del ducado de Atenas.

Pedro IV el Ceremonioso.

Pedro IV el Ceremonioso. / EL PERIÓDICO

Pero a inicios del siglo XIV llegaron a Oriente los famosos almogávares, a quienes Jaime II de Aragón tenía ganas de quitarse de encima y aprovechó la amenaza turca a la que se enfrentaban los bizantinos para dar a pie al inicio de las negociaciones por las que la Gran Compañía de Roger de Flor se marcharía hasta Oriente a luchar como mercenarios. Y así lo hicieron. Consiguieron grandes victorias contra los turcos, pero una vez resuelta esa amenaza sobre las fronteras del imperio, aquellos almogávares empezaron a ser vistos también como un peligro. Así llegó la traición en la que el heredero al trono imperial organizó un banquete en el que consiguió asesinar al propio Roger de Flor y a la mayoría de sus capitanes, pensando que con ello los almogávares quedarían descabezados y sería fácil acabar con ellos. Pero nada más lejos de la realidad. Y es que ahí comenzó una terrible venganza que asoló durante dos años toda la región de Tracia para después marcharse hacia la actual Grecia.

Después de pasar un tiempo al servicio de uno u otro de esos señores feudales que se habían establecido allí tras la Cuarta Cruzada, los almogávares acabaron enfrentándose a ellos, consiguiendo finalmente dominar ese ducado de Atenas y creando también el de Neopatria. Desde entonces, los almogávares, ya asentados, se proclamaron vasallos de los reyes de Sicilia, que por entonces también descendían de la Casa de los Aragón. Así siguió la situación durante décadas, pero en el último tercio del siglo XIV la situación en el sur de los Balcanes se fue complicando, y en un intento por conseguir un apoyo exterior que asegurara su supervivencia, aquellos ducados acudieron en el año 1379 en busca de la protección de Pedro IV de Aragón, el cual aceptó. De hecho, ordenó que el Señal Real, es decir, las barras o palos que representaban a su familia, ondearan en el Partenón de Atenas, al cual consideraba como «la más rica joya del mundo». Una frase que, de hecho, se puede leer en una gran estela de piedra y en varios idiomas situada en la misma Acrópolis y que fue encargada por la embajada de España en Grecia, así como por el Instituto Cervantes, estableciendo así ese recuerdo de cuando la Corona de Aragón ejerció su dominio, aunque breve, sobre aquella joya impulsada siglos atrás por el genio de Pericles.

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