La peña Laurentina se queda pequeña enseguida. Un río azulgrana desciende por la calle Padre Huesca camino del local. Algunos, como salmones, intentan remontar la corriente en busca de otros lugares donde disfrutar de la tarde. La sala Jai Alai ya está llena y falta más de media hora para el partido. El mercurio casi alcanza los 30 grados, pero en Huesca hay que llevar bufanda, envolverse con una bandera, significarse. Entrar en la Alegría Laurentina es una aventura, la nave está repleta y los camareros no dan a basto. "Sí, sí, sí, vamos a subir" es el calentamiento. Suena el himno por megafonía, la pantalla gigante ya está preparada para el partido. El calor es sofocante, pero nada que no puedan soportar los hijos de San Lorenzo.

La sala aplaude cada despeje, cada intervención del meta Eduardo, cada intento de salida rápida al contragolpe. El balón es del Écija, así como las mejores ocasiones, pero Huesca no sufre. Corea el nombre de su portero, anima a sus vecinos desplazados hasta Écija, abuchea cada vez que un andaluz se desploma sobre el césped. "El año que viene, derbi aragonés", pronostican todos con gran jolgorio.

Llega el descanso y la gente respira, ya queda menos, es solo una cuestión de resistencia, de paciencia. Aragón Televisión conecta en directo con la sala y la afición se levanta y vuelve a cantar. La señal llega con un par de segundos de retardo. "¡A Segunda!", gritan todos. La mitad del trabajo está hecho. Vuelve a sonar el himno. "Vamos Huesca, vamos campeón", resuena en la sala. Y vuelven a acordarse del derbi que se aproxima. "Qué miedo me da, qué miedo me da, ser de Zaragoza y venir al Alcoraz".

SIN REBLAR La segunda parte es del Huesca, que se anima al ataque y tiene algunas ocasiones. El público se levanta conforme avanza una contra dirigida hacia Roberto, el gran ídolo, como si estuviera en el campo. Un aficionado pega una colleja al delantero oscense ante la indiferencia arbitral, lo que enerva a la sala. El minuto 63, el gol de Nolito, cambia las caras. Va a tocar sufrir, la gente se lleva las manos a la cara, se muerde las uñas, resopla. Los niños se ponen nerviosos. El Écija acecha, pone cerco a la meta de Eduardo y entonces retumba el grito de guerra con más fuerza que nunca. Porque son fieles siempre y no reblan.

El corazón se acelera en la recta final, con cada ocasión local fallida. En el minuto 91 se apaga la tele, pero la señal regresa justo a tiempo para disfrutar y festejar el gol de Roberto. Vuelan las sillas, se reparten abrazos, ondean las banderas, Huesca está en Segunda. La celebración empieza en la misma sala, se prolonga en el patio de la peña y comienza un nuevo peregrinaje, calle Padre Huesca hacia arriba, hasta la Plaza Navarra. Aparece gente de todas las edades con la bandera, saboreando todavía el gol de Roberto. "Ha sido de Primera", le dice un niño a otro. "Y con la izquierda", apunta el compañero, con la camiseta del héroe.

En la fuente ya hay gente bañándose e intentando mojar al resto. El tráfico está cortado, un par de policías vigilan la fiesta. Los más jóvenes son los primeros en remojarse, aunque uno lleve el brazo enyesado. La mayoría de la gente prefiere observar, cantar y agitar las bufandas. Aparece una bandera gigante, cada vez llega más gente, hay saludos efusivos, se elevan los móviles para capturar el momento, alguno descorcha champán para celebrarlo. Ya ha pasado el sufrimiento, ha acabado la espera. Huesca jugará en Segunda División 58 años después. La ciudad es puro bullicio, las terrazas están llenas. La tarde es perfecta.