Manolo Jiménez puede hablar con una visión objetiva del estado de descomposición que vive el Zaragoza a todos los niveles. Vino a intentar un milagro y solo se ha encontrado caos en el club y un equipo limitado y sin espíritu. Ayer explotó y no fue casualidad. "Se acabaron los paños calientes, siento vergüenza, siento vergüenza", recalcó antes de irse de la sala de prensa con los ojos casi llorosos. Su rostro después, ya en el hotel, era un poema que revela la impotencia que siente y la honradez de denunciar sin tapujos la situación generada por la gestión de Agapito Iglesias. Un Zaragoza roto, camino de Segunda, un presidente y dueño que le ha hecho daño sin parar a la entidad y un vestuario que no reacciona pese a que va camino del Infierno sin que nadie, ni Jiménez ni nadie, le pueda poner freno.

La última media hora en La Rosaleda, con el equipo hundido, con los brazos bajados para que encajara una goleada indigna y cruel, le terminó por desarmar al técnico, que ya no tenía argumentos y fe anoche. Es verdad que al poco de su llegada dijo que cuando viera que iba a ser un estorbo se marcharía, pero, de momento, la palabra dimisión no ha salido de su boca, ni ha hablado con el club de ello. Sin embargo, ha llegado hasta el límite.

A sus íntimos les dijo que necesitaba pensar, descansar y que no quería hablar en caliente. Se retiró a su habitación nada más llegar al hotel y apenas cruzó palabras con nadie. Manolo Jiménez regresará hoy con el equipo a Zaragoza después de haber pensado viajar a Sevilla. El siguiente entrenamiento del Real Zaragoza será el martes. El técnico andaluz, aunque, tocado y tras haber llegado a plantearse irse, sigue al frente del equipo.

Los jugadores, mientras, desfilaron como fantasmas a la salida de La Rosaleda para subir al autobús, salvo Paredes y Lafita, los capitanes, que expresaron que sienten vergüenza y que mostraron que el equipo ya no se siente capacitado para levantarse. ¿Y Agapito? El presidente ausente estuvo en el palco y nada más llegar al hotel tras el partido salió del mismo para cenar con su hijo, con Checa y Cuartero. Jiménez reflexionará seguro, Agapito no lo hace, simplemente huye hacia delante y daña a la entidad.

CON OJOS LLOROSOS Jiménez ha intentado todo, en el césped y en el aspecto anímico. Esta semana, tras la marcha de Antonio Tomás pulsó el compromiso de sus jugadores en una tensa reunión, los concentró en Málaga para intentar una victoria revitalizadora tras el varapalo ante el Betis. La plantilla se lo pagó con una hora aceptable y con un tramo final indigno. "Los partidos duran lo que duran y acaban cuando acaban. No se puede competir solo ni 45 minutos, ni media hora", dijo, sin que nadie le preguntara.

"Voy a darles los titulares que necesitan" había dicho antes de empezar. Arrancó hablando de un Zaragoza que "estuvo bien" hasta el segundo gol y recordando que el primer tanto del Málaga vino precedido de una falta a Micael. Sin embargo, ya no se fue más por las ramas. Tenía claro su mensaje, su hartazgo y, tras hacerles ver esa vergüenza a sus jugadores en el vestuario, la expuso ante el mundo.

Jiménez vino con promesa de fichajes que Agapito no pudo cumplir, vivió el adiós de Arenere y sus consejeros, las negativas de jugadores a venir, las salidas de Ponzio, Meira o Antonio Tomás, el caos, un club en desgobierno, mal planificado en su plantilla, con una defensa impropia... "Cada uno recoge lo que siembra", dijo antes de viajar a Málaga. Y Jiménez, sevillista de corazón y profesional honesto y trabajador como zaragocista, tiene muy claro lo que ha sembrado el club en estos años. El técnico aún parece dispuesto a seguir, pero su explosión abre un antes y un después. Es verdad que Lafita y Paredes confirmaron la vergüenza que siente el entrenador, pero también esa reacción del técnico revela una distancia con ese grupo inerte que es el vestuario.