El Periódico de Aragón

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LA MONTAÑA EN ARAGÓN

Asedio al final del otoño

La ascensión al Castillo d’Acher desde la Selva de Oza es una perfecta iniciación a las cumbres del Pirineo que se adentra en el pálido crepúsculo del agüerro de Selva de Oza

Las praderas altas contemplan Peña Forca, Lenito, Alano, Foya de Gamueta, Acherito y, al fondo, Petrechema y Mesa de los Tres Reyes. SERGIO RUIZ ANTORÁN

Todo tiene un principio. Ese primer paso del camino. Invitamos hoy en esta página a una buena vivencia iniciática en montaña. Y, en su paradoja, con un final feliz. No sólo ese entusiasmo que linda la lágrima en esa mezcla de emoción y superación de pisar cumbre, también por poder producirse en mitad de la despedida parda del otoño. El ascenso al inexpugnable y bello Castillo d’Acher (2.384 metros) es una excursión sencilla en la técnica, moderada en el esfuerzo físico de su continuada pendiente y atractiva por la variedad de los paisajes y vistas que contempla. El paso por el bosque mixto de la Selva de Oza añade una gota de color crepuscular y de ruido a hojarasca pisada que invita a ser realizada ahora antes de que lleguen las nieves que dificulten la pisada.

Estamos ante la icónica cumbre de la Val d’Echo, dentro de los límites del Parque Natural de los Valles Occidentales, los más atlánticos, oceánicos y oseros de nuestro Pirineo. La silueta de este zueco o barcaza observa el desagüe del Aragón Subordán y la densidad de la Selva, escondite de setas y funerarias prehistóricas. Se empieza precisamente en el aparcamiento tras el paso canadiense que evita que huyan las vacas hacia el congosto de Boca del Diablo.

La señalización de la ruta es sencilla. Únicamente uno tiene que ir siguiendo la renglera de ‘epas’, ‘upas’ y ‘aúpas’ que cordialmente se van cruzando por el camino. Son estos valles campo de recreo de muchos montañeros vascos que copan estas cumbres en sus conquistas pirenaicas. Buen pueblo amante de nuestras cimas a los que devolver su cordial saludo y animar a la charleta.

La meseta sinclinal final es un regalo geomorfológico de esta excursión. SERGIO RUIZ ANTORÁN

Hay que alertar de que no estamos ante una ruta poco transitada. Si lo que se quiere es soledad habrá que orientar la brújula hacia otros espacios. Si lo que se persigue es un bautismo en ascensiones, es ideal pese a almacenar más de 1.280 metros de pendientes para arriba y una pequeña canaleta rocosa que, sin nada de peligro, añade un puntito para aquel que solo camina sobre plano. 

Una brecha en la muralla

Volvamos al aparcamiento de la Selva de Oza. Tras pasar el puente uno se topa con un primer panel informativo. Detrás de este se inicia un sendero que marca la dirección de la GR-11 hacia Puente de Santa Ana/Gabardito, que puede ser abordado un poco después con las amarillas flechas de esta gran ruta transpirenaica. Tras pasar por un jardín de cuerdas y un amplio prado, nos metemos de lleno en el hayedo con su amarillento crepuscular. Las hojas, muchas caídas, resisten a la pérdida otoñal, frente a los perennes pinos. Pronto se obvian las marcas GR para tomar, por unas escaleritas, el sendero que remonta el barranco de La Espata. La subida es constante, atrapando pronto la pista que a la bajada podemos tomar para regresar, añadiendo algo más de un kilómetro al contador.

Una brecha rompe la muralla para dar acceso al valle sinclinal donde se deposita la cúspide

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En una hora crujiendo la hojarasca caída y pasando algún torrente, si ha llovido, se cruza el barranco, con múltiples troncos tumbados por alguna avalancha. La senda pica en dureza para serpentear por la otra ladera despidiéndose del bosque con varios rincones fotogénicos antes de atrapar las primeras praderas. He aquí un lugar donde ver la pared amurallada que, en comparación, bautiza a esta fortaleza enfrentada a Peña Forca, Lenito, Alano, Foya de Gamueta, Acherito y, al fondo, Petrechema y Mesa de los Tres Reyes.

Las pisadas crujen el lecho de hojas rojas. SERGIO RUIZ ANTORÁN

En breve se alcanza el refugio pastoril de Acher, donde aún puede uno encontrar alguna vaca o caballo percherón sin recoger. El verde amarillento de los pastos pelea con el rojizo de las rocas oxidadas del Paleozoico. Se sigue remontando el pelado valle de Espata bajo la protección de los retorcidos pliegues geológicos de Peña Agüerri y Bisaurín.

El regreso

Antes de afrontar una glera, el camino gira al oeste para, tras superar un pequeño espolón, tomar un zigzagueo por una pedrera que nos conduce hacia la brecha o canal que, con alguna ligerísima ayuda de manos, nos transporta hasta la meseta sinclinal donde se deposita la cúspide, que ya observamos. Solo falta un rodeo de unos veinte minutos para afrontar la última cuesta que nos aloja en la máxima altitud tras tres horas y media de esfuerzo con pausas. Las generosas vistas divisan el Midi, Anayet, Infiernos, Balaitus y, más atrás, Treserols, entre otros gigantes.

La bajada se hace por el mismo recorrido en unas seis horas mínimo, salvo que se quiera hacer circular y descender por la cara norte hasta Guarrinza por el Barranco Bercal (20k) o, tras cruzar el collado de Acher, acudir al encuentro de las Aguas Tuertas, en una pechada mayor (27 kilómetros)que deben obviar los primerizos.

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