Cierro los ojos. Inspiro profundamente dejando que los pulmones se llenen en su totalidad. Expulso ese aire que había estado dentro de mí, haciéndolo mío. Lo había convertido, y después, lo mostré al mundo.

Escucho el agua rompiendo contra las rocas convirtiéndola en olas. Impregno mis fosas nasales de ese olor salado. El aire sacude mi pelo y enfría mi temperatura corporal. La arena se pega tostando mi piel blanquecina.

Abro los ojos dejando que perciban ese paisaje que saboreaba hace pocos instantes con los demás sentidos. Mi mirada asciende hacia esas composiciones tan idílicas y perfectas. 

Las pinceladas cálidas, de distintos tonos de blanco me atrapan, trasportándome a un cuadro demasiado hermoso como para que un ser humano hubiera sido el creador de éste. Trasciende la realidad y trastoca toda idea de belleza que pudiera tener.

Intento exprimir este momento, saborearlo, grabarlo en mi memoria de por vida, y a la hora de mi muerte poder transmitir esas sensaciones únicas que solo podía proporcionar la naturaleza; tan maravillosa, tan inteligente y víctima de nosotros.

Ojalá ser océano y mojar tu pelo. Ojalá ser flor y perfumar tu cuello. Y ojalá ser viento para, así, recorrer tu cuerpo. El dulce sabor de un buen recuerdo.