RINCÓN LITERARIO
Reo número 18953673
Andrea Sierra
Eran las 8.30 de la mañana de un jueves muy frío. Muchos chicos entraban al instituto y yo los observaba con mucha atención desde el parque de enfrente. Así un día tras otro. Nunca me decidí a hacerlo con chicos de 13 o 14 años, y os preguntaréis: ¿hacer el qué? No os preocupéis, solo tenéis que seguir leyendo, os lo voy a contar todo, tal y como sucedió.
Me quedé toda la mañana esperando a que salieran para volver a sus casas. Realmente estaba hambriento, llevaba días sin comer. Me decidí a acercarme a esa chica de pelo rubio, ojos azules, nariz chata y labios gruesos. Le dije: «Hola, soy amigo de tu padre. Me ha avisado de que saldrá más tarde del trabajo y me ha pedido que te recoja a la salida del instituto para llevarte a tu casa». La chica me contestó: «No te conozco, pero como mi padre siempre está tan ocupado y tiene tantos amigos, me fío de ti».
Nos metimos en mi coche y nos pusimos en camino. Yo estaba muy asombrado de que no hubiera dudado de todo lo que le había contado, pero seguí con mi plan. Estaba realmente nervioso y tenía tanta hambre que no me lo pensé dos veces.
Hubo un momento que pensaba que la chica me iba a decir algo e incluso que iba a salir de un salto del coche, pero lo que realmente le ocurría es que se estaba mareando porque mi coche no huele especialmente bien. No os preguntéis por qué, solo tenéis que esperar al final de la historia para saber el motivo de ese olor.
Tu padre me ha dicho tu nombre, pero no me acuerdo– le dije. Soy Rebecca– me contestó. Y tú ¿cómo te llamas?
Soy Johnny Wild, pero me puedes llamar John. Ya verás que vamos a ser muy buenos amigos.
Rebecca me sonrió y yo la miré por el retrovisor del coche. No se hacía idea de lo que le esperaba después.
De camino, le indiqué que tenía que pasar un momento por mi casa. La invité a subir y ella no dudó en aceptar. Rebecca me dijo que tenía mucha hambre. Le preparé unas pastas dulces con un ingrediente muy especial y un té helado. Y, de repente, cayó al suelo porque el ingrediente especial era veneno para las ratas. De esta manera, había conseguido mi objetivo. Pero tenía que actuar rápidamente porque el veneno solo hacía efecto en las personas durante diez minutos, aproximadamente. Así que, aunque al principio dudé porque realmente me cayó muy bien y le había cogido cariño, agarré un cuchillo de la cocina porque me dominaba el hambre y así se lo clavé. A continuación, le saqué los órganos, cogí su corazón y obviamente no me lo iba a comer crudo, no soy tan caníbal, así que encendí el fuego, cogí la sartén, eché aceite y cociné el corazón. Para los que quieran saber la receta, lo condimenté con sal, pimienta y un poquito de curry, que le da muy buen toque de sabor. Me quedé con ganas de más así que lo hice con todo su cuerpo. Normalmente no me comía a la persona completa por lo que guardaba lo que me quedaba en el maletero de mi coche, por eso huele tan mal. Cuando no quedaba más de ella, y volví a la realidad, tenía a dos agentes de policía entrando en mi casa.
Como Rebecca tardaba mucho en llegar, su madre avisó a su padre de que su hija no había vuelto del instituto. Lo que yo no me podía imaginar, es que la chica tenía puesta en su móvil la ubicación en tiempo real. Así es como la policía dio conmigo y descubrió que la sangre que había en el suelo de mi comedor, era de Rebecca porque hicieron la prueba del ADN mientras yo seguía saboreando en mi paladar el exquisito manjar.
Y os estoy contando lo mismo que hace cinco minutos le había contado al juez, pero ahora desde mi celda. Os quiero decir que cuando acabe mi condena, dentro de cuarenta y cinco años, no dudéis en que volveré a ese instituto a por mi nueva presa.
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