«Estoy viajando para ayudar a mi abuela a vivir mejor. Yo soy de Tegucigalpa y ahí hay pocas oportunidades si no es con las pandillas, y yo no quiero entrar a ese mundo. Yo quiero hacer las cosas bien, trabajar para ayudar a mi abuela y a mi hermano, que tiene un hijo. Una vez que entras a las pandillas, ya no puedes salir. Ellas mataron a mi padre cuando yo tenía 7 años, a un tío cuando tenía 6 y a mi primo cuando tenía 5. Casi no conoce uno a su familia por lo mismo», explica Carlos, un paciente hondureño atendido por MSF en Coatzacoalcos (México).

Las pandillas practican la extorsión de forma sistemática y exigen a veces desorbitantes tarifas ilegales (llamadas rentas o impuestos de guerra) a familias que viven del comercio informal, transportistas, entidades y empresas que operan en sus áreas de control. Los propietarios que no cumplen con las rentas, junto con sus familias, son vistos como resistentes y aterrorizados con violencia y amenazas de muerte. Este fue el caso de Rosa, atendida por MSF en Piedras Negras (México), que también subraya la violencia ejercida sobre las mujeres: «Me fui por amenazas de las maras, porque no era capaz de pagar el impuesto de guerra. Uno de ellos quiso tener relaciones conmigo y yo me negué. Desde entonces no me sentía segura en la tienda, pues las maras te acosan. Dependiendo de cuánto cobres y cómo, están ellos: cada semana, cada 15 días, cada mes. Si cobras 3.000 lempiras (110 euros), igual te quedan 600. El resto para ellos».

Clara es madre de una familia numerosa. Fue atendida en un centro médico de El Salvador, donde contó su experiencia a un médico de MSF: «A eso de las seis de la tarde, seis encapuchados [miembros de pandillas con pasamontañas] rodearon y apuntaron con sus armas hacia la casa. Tenían amenazado a mi esposo sin razón. Ellos entraron a la fuerza y mi esposo intentó huir por la puerta trasera, pero las balas lo alcanzaron. A mis niños y a mí nos amarraron de pies y manos. Nos golpearon y nos apuntaron con las pistolas hasta saber que mi esposo ya estaba muerto. A los ocho días de esto, nos amenazaron diciendo que, si no dejábamos pronto el hogar en el que habíamos vivido por casi 50 años, nos iba a pasar lo mismo. Nos matarían a todos».

La misma suerte tuvo Juana, madre de un niño. Salió de Honduras y fue recibida por los equipos de MSF en Tenosique (México): «Debido a la inseguridad, tuvimos que dejar Honduras; allá no hay futuro para mi hijo. Las maras reclutan gente, los matan. La gente se muere a causa de balas perdidas. A mi hijo lo molestaban, querían reclutarlo. Vive uno en un peligro constante. Me mataron a dos primos porque se rehusaron a vender drogas».