A mediodía, un grupo creciente de personas se va sumando a la fila que, desde hace unos meses, se forma cada fin de semana al principio del paseo Echegaray, en la trasera del antiguo instituto Luis Buñuel. Con tarteras vacías en las manos, aguardan para regresar a sus casas con los recipientes llenos. Esas raciones no son ni de lejos la solución a sus problemas, pero al menos sí resultan un alivio para las maltrechas economías familiares. Un día a la semana, no tendrán que devanarse los sesos para ver cómo llenan el plato de los suyos.

De lejos, esta escena, que se repite cada sábado desde dos semanas después del levantamiento del confinamiento domiciliario obligatorio, es el fiel reflejo de los estragos socioeconómicos que está causando la pandemia. Cuando uno se acerca a la fila, esa foto fija se desgaja en decenas de historias personales, todas ellas dramáticas y, aunque distintas, con un denominador común.

«La acción del Estado, en todas sus instancias, es claramente insuficiente» para responder a sus necesidades más básicas. Por ello, «la autoorganización» está resultando «fundamental para resolver este y todos los problemas de la sociedad», afirman los responsables de cocinar cada fin de semana la olla solidaria del Centro Social Comunitario Luis Buñuel, integrantes del equipo de voluntariado que se ocupa de dar de comer a parte de los zaragozanos más vulnerables desde hace medio año.

Quienes aguardan su turno en la fila son mayoritariamente vecinos y vecinas del barrio del Gancho, pero también llegan de otras zonas de ciudad. «Al principio, probablemente por falta de difusión, no pasábamos de las 60 o 70 raciones por semana, pero ahora tenemos sábados de mayor demanda y otros de menos. Hasta el día de la gran nevada repartimos más de cien raciones, y nuestro triste récord está en 216. Pero tememos que aumentará», explican desde la organización. «Que unas personas tengan que venir a buscar la comida de ese día con la mayor nevada de los últimos años indica que algo falla, en una sociedad con un PIB per cápita de más de 25.000 euros», apostillan.

La idea de ofrecer ayuda alimentaria era anterior a la crisis sanitaria, al igual que los problemas sociales desatendidos. La crisis sanitaria solo hizo más visibles las costuras de un sistema «que no sabe sostener la vida», y la cuarentena se encargó de acentuar las carencias que ya venían arrastrando las personas más vulnerables. Durante el confinamiento, la Red de Apoyo del Gancho (otro colectivo vecinal autoorganizado) trabajó en contacto directo con estas familias, y detectó grandes necesidades de, entre otras cosas, alimentación básica. Por ello, en el Centro Social Comunitario Luis Buñuel decidieron ponerse manos a la obra.

«Desde su fundación teníamos la idea de montar un comedor social, así que se consideró que, aunque en forma de entrega de comida para llevar, esta era la ocasión perfecta para ponerlo en marcha», relata el colectivo encargado de las ollas solidarias. Frente a la falta de soluciones por parte de las administraciones, la autoorganización altruista del vecindario es la que está dando respuesta a sus necesidades más inmediatas.

Entre los comensales de cada fin de semana hay personas totalmente desamparadas por el Estado, mientras que otras reciben ayudas o pensiones, aunque su magro importe no les alcanza para todo el mes. «Por eso algunos sábados repartimos más raciones que otros», apuntan los voluntarios. «También hay personas que llevan años en la precariedad, y otras que han sido golpeadas por la última crisis». En cualquier caso, «se ven situaciones muy duras».