India es desde abril el país más afectado por el covid. Después de la primera ola, el virus estaba más o menos controlado hasta hace un mes. Pero, desde hace semanas, los casos diarios superan se cuentan por cientos de miles, y los muertos por miles.

El padre Rolvin de Mello, sacerdote salesiano y socio local de Manos Unidas, lleva desde el comienzo de la emergencia sanitaria haciendo frente a la pandemia junto a los sectores de población más vulnerables. Asegura que no puede describir con palabras lo que ha estado presenciando en esta segunda ola de covid, «una situación que supera a cualquier película de terror que se pueda imaginar».

La evolución epidemiológica en el empobrecido estado de Andhra Pradesh es paradigmática de dicha situación. Desde el comienzo de la pandemia hasta mediados de la semana pasada, acumulaba 1,2 millones de casos de covid-19. Pero 200.000 positivos correspondían solamente a los últimos quince días. Y los socios locales de la oenegé aragonesa Kumara Infancia del Mundo advierten de que las cifras oficiales no son realistas y que habría que multiplicar los datos por 2,5 para acercarse a la verdadera magnitud de lo que sucede.

«Actualmente, uno de los focos de más contagios en India está en Bangalore», la capital Karnataka, estado limítrofe de Andhra Pradesh y Telangana, que son las dos zonas donde Kumara desarrolla su actividad, sobre todo dando cobijo y educación a niños y adolescentes huérfanos. «Allí hay cadáveres en las calles de familias que no pueden permitirse la cremación. Los crematorios están desbordados y la falta de oxígeno ha creado un mercado negro donde, sin medios económicos, estás abocado a la muerte. India vive una situación descontrolada como no ha experimentado ningún otro país, una emergencia humanitaria ante la que no podemos mirar hacia otro lado», lamenta Ana Ruiz, socia fundadora de esa oenegé.

«La segunda ola de covid-19 ha golpeado a India con fuerza y la situación empeora cada día. La mayor preocupación es el estado del sistema de salud del país, ya que tanto los hospitales públicos como los privados se han quedado sin camas. Además, los suministros médicos se encuentran en niveles críticos, incluida la falta de tanques de oxígeno, que está siendo fatal para los pacientes de coronavirus», advierte Franklin Jones, jefe de emergencias de World Vision India.

«Hay personas muriendo en los pasillos de los hospitales y, literalmente, en las calles. Hay una gran escasez de medicamentos y de camas hospitalarias y una gran falta de oxígeno. Veo gente corriendo en todas direcciones. Gente que, desesperadamente, intenta salvar a sus seres queridos», relata desolado el padre Rolvin de Mello.

«Hay un enorme desfase entre la producción y la necesidad de oxígeno y suministros médicos», incide Jones. «Las personas que viven en lugares remotos carecen de acceso a tratamiento y atención, ya que deben trasladarse al hospital más cercano para ser atendidos, que puede encontrarse muy lejos», agrega.

El Gobierno indio ha pedido a las oenegés internacionales que le ayuden en la difusión de la campaña de la vacunación y de los protocolos para hacer frente al covid, ya que ha detectado que hay un enorme vacío en la propagación de estos mensajes, que pueden salvar miles de vidas.

Así lo corrobora Johannes Gorantla, socio local de Kumara en la zona, cuya hermana, Mariamma, está grave. «Ella no se había enterado de que podía vacunarse, ya que vive en una pequeña casa en Nawabupeta, no tiene televisión ni teléfono y, por miedo a la pandemia, no visitaba al resto de la familia». Mariamma trabaja cuidando búfalas junto a su marido y, como miles de familias rurales en India, viven aislados de la realidad informativa.

El crecimiento exponencial de los casos positivos en grandes ciudades como Delhi o Hyderabad, capital del estado sureño de Telangana, está provocando que miles de personas migrantes regresen a sus aldeas por miedo a que un nuevo confinamiento les pille en mitad del camino, como sucedió el pasado año.

Esto multiplica la población de las zonas rurales y favorece la rápida expansión del virus, ya que buena parte de quienes regresan no se hacen pruebas ni saben si son portadores de la enfermedad, según transmiten con preocupación los socios locales de Kumara Infancia del Mundo. «Además, suelen viajar hacinados y en grandes grupos para evitar ataques y darse apoyo en el camino», puntualiza Ana Ruiz.

Para el padre Tiju Mankottil, director de los servicios sociales de los carmelitas en el estado de Chattisgarh, otro de los más afectados por la segunda ola de la pandemia, el problema es que la cobertura sanitaria en los pueblos y aldeas remotas es casi inexistente. Y, «dado que dos terceras partes de la población india habita en zonas rurales, la batalla para hacer frente a la pandemia se presenta allí muy complicada».

Por otro lado, el encierro domiciliario obligatorio está incrementando el sufrimiento de las comunidades rurales más desfavorecidas. «Las personas con trabajos precarios, que cobran al día, van a tener que enfrentarse al hambre porque, además, el confinamiento afecta a los sistemas de abastecimiento públicos, con el consiguiente aumento de los precios», denuncia Mankottil.

Para el religioso indio, la alta incidencia de esta segunda ola en el campo es la principal causa de preocupación entre la población, «no solo por el riesgo de para la salud y para la vida, sino igualmente, o quizás más, por la pérdida de medios de subsistencia a gran escala».