Con su particular estilo y con el sello inconfundible que ha marcado a varias generaciones, Marcel Gros ha hecho su aparición en Zaragoza. Bombín, nariz roja, pantalón ancho que sujeto con tirantes y zapatones… «sencillamente un payaso». Un payaso –o clown en su acepción más fina- que lleva media vida buscando la risa en pequeños y mayores. Y lográndolo.

El nombre del espectáculo que ha traído a este manresano hasta las orillas del Ebro, en el anfiteatro del Náutico, bien podía ser el sustantivo que mejor le defina: 'Particular'. Porque Marcel Gros es único, sencillo.

Pese a ello, en la cita con estos particulares Pilares donde lo surrealista a veces está tan solo a la vuelta de la esquina, no ha estado solo. En el show ha tenido su hueco un presentador imprevisible, René, que al tiempo hacía las veces de equilibrista como trataba de superar el récord mundial de salto mortal. ¿Lo consiguió? Solo los asistentes podrán responder a esta pregunta.

Desde el primer minuto, el veterano payaso, que empezó a hacer reír en la compañía Teatro Móvil de su ciudad natal a mediados de los años 80, ha buscado la complicidad del público hasta atraparles. «¿Dónde está el cubo de basura?», pregunta a los asistentes. «¡Allá, allá, allá!», le responden. Poco después, pequeños y mayores se encuentran improvisando un solo de batería al tiempo que un caballo interrumpe la actuación.

La imaginación juega un papel fundamental. Los pequeños, los más familiarizados con esa cualidad, no quitan el ojo de ese extraño señor que les está transportando a un mundo que ellos conocen de sobra. Los mayores, que comienzan a imitarlo sin demasiada convicción, poco a poco son atrapados por el extraño carisma del payaso.

Porque la gran virtud de Marcel Gros es que maneja los dos lenguajes. Para los más benjamines, los tintes absurdos y de chascarrillo fácil, sencillamente, les sacan una carcajada involuntaria. Para los mayores de la casa, reserva unas pinceladas irónicas y con cierta socarronería teñidas de un tono inocente que van dejando poso sin apenas darse cuenta. «Mil máquinas no harán nunca lo que hizo un payaso», ¿una declaración de intenciones ante el camino de automatización al que avanzamos sin remedio? El roboclown deberá esperar un poco más.

En pocos minutos, el espectador novel capta la esencia de Marcel Gros. Alguno se cuela de improvisto y termina quedándose. «Estas fiestas cortas hay que disfrutarlas desde que empiezan hasta que acaban», resume el payaso al tiempo que tira un puñado de confetis al suelo. Pinceladas de filosofía a cada instante.

Marcel Gros conoce la importancia de la risa. Toda una vida dedicada a ella hace que, aquel le busque, tendrá la garantía de que la encontrará. «Ahora este payaso va a hacer un desastre para olvidar todos los desastres de la vida». Una frase que resume en pocas palabras una intención tan sincera como humilde.

Y, mientras se despide del escenario navegando en dirección al río, deja un último consejo para pequeños y mayores: «Ahora necesitamos más la risa que nunca. Vivir el reír y reír es vivir».