Agita Nathy Peluso su cuerpo de carretera de montaña sobre el escenario, y el rugido del público hace temblar el Príncipe Felipe. Se encienden las cámaras de los móviles y comienza un ir y venir del personal de seguridad para que los arrebatados espectadores (disculpen por no usar el llamado lenguaje inclusivo) no levanten las posaderas de sus asientos. Y eso, sin que todavía Nathy haya abierto la boca. Luego, cuando cante y sus movimientos de pelvis, coxis y otras osamentas hagan prever un descoyuntamiento que evidentemente nunca llega, la temperatura de la cancha y de las gradas subirá varios grados más y la probabilidad de que chicos y chicas se mantengan pegados a las sillas mientras escuchan cosas como La Sandunguera y Puro Veneno resulta bastante remota.

Nathy, argentina residente en España, es una de las reinas de esa taxonomía que erróneamente se ha convenido en denominar música urbana (como si el rock y otros estilos no lo fueran), y en ella convergen los ojos y los oídos de la adolescencia tardía y de la generación Z. Nathy es un espejo en el que mirarse: desprejuiciada, descarada y dulce a la vez que guerrera. Pero no saquen conclusiones prematuras ni se dejen arrastrar por el prejuicio presuntamente informado de quienes echan mano de frases lapidarias cuando escuchan términos como reguetón, trap, neo-soul etcétera. Peluso, que el domingo facturó en Zaragoza una de sus explosivas actuaciones, traspasa artísticamente, pese a las apariencias, cualquier clasificación, aunque su puesta en escena despierte la tentación de meterla en el saco de las urban girls con más curvas que talento.

Con una banda solventísima, y dando varias vueltas de tuerca a las canciones que graba en los discos, Nathy reformula una incendiaria combinación de rap, reguetón, trap, soul, salsa y latin jazz. Así las cosas, bajo la apariencia de lo que el pensador italiano Gianni Vattimo llamaría el pensamiento débil, la argentina transmite a sus seguidores, además del mensaje de unos textos provocadores, un background musical poderoso, muy alejado de la simplicidad del que lanzan muchas colegas. Así que no pongamos la tirita antes de que se produzca la herida.

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Con un programa de 18 canciones (desde Celebré a Agárrate, pasando por las dos mencionadas, Buenos aires, La despedida (una versión de un reguetón de Daddy Yankee), Llámame, Hot Butter, Nasty Girl, Amor salvaje, Corashe, Business Woman, Mafiosa…) mantuvo el concierto sin altibajos, con un notable ritmo interno y mucho desparpajo.

Antes de meternos en el vórtice de Peluso pasamos por la plaza de San Bruno para escuchar a esa pareja, ocasional pero de lujo, que forman el músico y productor Raül Refree y la cantante portuguesa de fados Lina (Carolina Rodrigues). Lina da al fado una dimensión dramática nueva, huyendo del aspaviento y otorgándole gran profundidad. Y Raül Refree, que ha facturado con artistas femeninas trabajos excelentes (de Silvia Pérez Cruz a Rosalía), pone al clasicismo fadista la modernidad de un acompañamiento musical armado con piano, teclados y reactivos electrónicos. Escapando del sonido clásico y nostálgico de la guitarra portuguesa, Refree y Lina transforman el fado en un sentimiento tan lleno de matices como universal. ¡Gran concierto!