La noche estaba fría y el entusiasmo del público, ardiendo. Así que hubiera dado lo mismo que nevase o que cayesen chuzos de punta: sobre el escenario estaba Jorge DrexlerSilencio. Es un decir, además del título de una de sus canciones. Nada de silencio; ruido, como los raperos llaman a la vibración de los espectadores. Aplausos sentidos y poderosos para festejar unas canciones que, pese a ser de las más tranquilas del repertorio de Drexler, encendieron como Polvo de estrellas el ánimo de quienes prácticamente llenaron el miércoles el Jardín de Invierno en plenas fiestas del Pilar. Tras la suspensión del concierto programado para septiembre en El Bosque Sonoro había ganas de escuchar al mago del verso, al arquitecto de la conjunción de palabra y ritmo. Y este no defraudó. Cerraba gira en Zaragoza, tenía mono de escenario y… Movimiento.

Fue, digamos, un concierto íntimo en un espacio casi tan público como una plaza en las fiestas del Pilar; pero esa aparente contradicción no influyó en el brillante resultado final. Borja Barrueta (su escudero percusionista) y Meritxell Neddermann (piano) acompañaron bien a un Drexler perturbador con las guitarras y preciso con la voz. Los desarrollos jazzísticos de Inoportuna anticiparon pronto sus intenciones de deconstruir construyendo (¡toma oxímoron) las piezas. En ocasiones tocó el bajo (instrumento de adopción reciente), pero la mejor comunicación se dio con las seis cuerdas: Guitarra y vos. Como se despedía temporalmente de las giras para preparar disco nuevo, hizo una actuación de Trama y desenlace. Cantó a Las transeúntes, homenajeó a quienes se han dedicado y se dedican a Sanar(nos). Y más tributos: a Bolivia (casi psicodelia andina), que acogió a sus abuelos y a su padre cuando huyeron del Berlín azotado por los nazis, y a Joaquín Sabina, su valedor en España en sus tiempos primeros en el país: Pongamos que hablo de Martínez. Nos recordó que solo somos una gota de luz, una chispa tan solo en La edad del cielo. Cruzó, cual espalda mojada, Al otro lado del río. Elogió la Telefonía como método de comunicación amorosa. Y llamó gozosamente al Toque de queda.

Tres bises tuvo que hacer. Uno: Salvapantallas y Sea; dos: La guerrilla de la concordia; tres: Todo se transforma. Podrían haber sido más si del público hubiera dependido. Pero salimos reconfortados portando quimeras en vez de banderas como en la Milonga del moro judío. Jorge nos dio, en tiempos confusos y deseos frustrados, una gran noche de Asilo. ¡Bravo!